United States or Saint Helena, Ascension, and Tristan da Cunha ? Vote for the TOP Country of the Week !


Y para que no quede a nadie ni el menor escrúpulo respecto a mi estado de perfecta cordura, declaro que quiero a mi mujer lo mismo que el día en que la conocí; adoro en ella lo ideal, lo eterno, y la veo, no como era, sino tal y como yo la soñaba y la veía en mi alma; la veo adornada de los atributos más hermosos de la divinidad, reflejándose en ella como en un espejo; la adoro, porque no tendríamos medio de sentir el amor de Dios, si Dios no nos lo diera a conocer figurando que sus atributos se transmiten a un ser de nuestra raza.

Así, nada les debe la libertad, pero el despotismo les debe mucho, pues han sido siempre un resorte de gobierno, y precisamente el que ha dado continuidad y estabilidad al poder, al proveerlo del único carácter que podía hacerlo hereditario el carácter sagrado desde que las capacidades naturales no se transmiten necesariamente de padres a hijos.

El hombre á quien se ha amputado la mano, experimenta el dolor como si la conservase; y esto ¿por qué? porque con la repeticion de actos ha formado el hábito de referir la impresion cerebral al punto donde terminan los nervios que se la transmiten. Luego no hay una relacion necesaria entre el tacto y el objeto: y este sentido puede sufrir ilusiones como los demás.

Los panditas ó sacerdotes se transmiten de unos á otros el conocimiento del idioma árabe, el que necesitan para sus prácticas religiosas; pero la masa total de la población habla mezcla confusa de visaya y árabe con palabras tomadas en cada punto de los pobladores que existían cuando el mahometano conquistase el territorio, constituyendo un idioma dificilísimo de entender por la algarabía consiguiente á la intercalación de palabras de distintos dialectos, según la localidad del que lo habla.

La pasmosa facilidad de comunicaciones, los ferrocarriles, el telégrafo y el teléfono, que llevan a escape mercancías y personas de un extremo a otro de la tierra, y que transmiten y comunican el pensamiento y la palabra con la rapidez del rayo, no logran aún, ni lograrán nunca, identificarnos, desteñirnos, digámoslo así, y hacer que perdamos el sello característico de casta, lengua, nación y tribu que cada cual tiene.

Si, por desdicha, la Humanidad hubiera de desesperar definitivamente de la inmortalidad de la conciencia individual, el sentimiento más religioso con que podría substituirla sería el que nace de pensar que, aun después de disuelta nuestra alma en el seno de las cosas, persistiría en la herencia que se transmiten las generaciones humanas lo mejor de lo que ella ha sentido y ha soñado, su esencia más íntima y más pura, al modo como el rayo lumínico de la estrella extinguida persiste en lo infinito y desciende a acariciarnos con su melancólica luz.

El alma muere con el cuerpo, no es más que una manifestación de nuestro pensamiento, y el pensamiento es una función cerebral; pero los hijos perpetúan nuestro ser a través de las generaciones y los siglos; ellos son los que nos hacen inmortales, ya que guardan y transmiten algo de nuestra personalidad, así como nosotros heredamos la de nuestros antecesores.

Fíjate bien, ¡ilustrar el nombre de mi padre! «Ya debía saber ha añadido que la nobleza de mi familia, por parte de mi padre, no respondía del todo al brillo de mi fortuna; y si la fortuna tiene alguna ventaja, ¿no es, sobre todo, la de favorecer uniones honorables que dan relieve al esplendor de nuestros propios títulos y los transmiten aún más gloriosos a nuestros hijos?» Y luego me ha hecho comprender modestamente que era una combinación de este género, a la que debía yo tener la madre que tenía. ¡Y yo que creí deberla a la naturaleza y al amor! ¿Cómo te lo diré?

Porque los nervios, que son los que transmiten nuestras sensaciones al cerebro, a veces nos engañan, son falsos corresponsales... Verá usted; nosotros tenemos un centro nervioso en el cerebro, de donde parten... Y me enfrasqué en una descripción anatómica, procurando ponerla al alcance de las inteligencias femeniles a quienes iba dirigida.

Los dos Dandolo corrían mañana y noche a la ciudad en busca de médicos que no sabían qué decir y de medicamentos que no hacían nada. Los vecinos de los alrededores estaban ansiosos; las noticias de Germana se cotizaban a todas horas en los pequeños castillos de la vecindad. De todos lados afluían los remedios caseros, las panaceas secretas que se transmiten de padres a hijos.