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A aquel mirador ó salón abierto, cuyo interior descúbrese completamente por los amplios arcos que constituyen dos de sus lados, se sube, no por escaleras, sino por una suave rampa construída sobre otros arcos de progresiva elevación.

Una tarde en que el desencanto y la amargura habían invadido su pecho en que iba pensando seriamente, al caminar por la calle de Serrano, en abandonar por completo aquella ridícula aventura, al pasar por debajo del mirador después de haber saludado al joven, sintió caer sobre ella un puñado de flores deshechas. Levantó la vista y le envió una afectuosa sonrisa de reconocimiento.

Catalina y Martín se encontraban muchas veces y se hablaban; él la veía desde lo alto de la muralla, en el mirador de la casa, sentadita y muy formal, jugando o aprendiendo a hacer media. Ella siempre estaba oyendo hablar de las calaveradas de Martín. Ya está ese diablo ahí en la muralla decía doña Águeda . Se va a matar el mejor día. ¡Qué demonio de chico! ¡Qué malo es!

Está la montañuela cubierta de vegetación, pero de vegetación baja, a flor de tierra, de suerte que, vista de lejos, se les figuraba cabeza de gigante con cabellera corta y espesísima. Ya en la cúspide, subían al mirador y manejaban el gran anteojo, registrando el inmenso panorama que se extendía en torno.

La señora de Osorio, hastiada de la vida elegante, habiendo agotado todas las emociones que ofrece a una dama ilustre por su hermosura y su riqueza, se iba placiendo extremadamente en aquel saludo inocente que casi todos los días cambiaba con el joven del mirador.

Así por lo menos juzgaban su jerigonza pagana el señor Galba, desde su mirador y el coronel Roberto que se acertaba a pasar.

Y ese otro elegante, con tantas maderas, es el de la tierra donde se saben defender con ramas de árboles de los que vienen de afuera a quitarles el país: de Santo Domingo. Ese otro es del Paraguay, ese de la torre de mirador, con las ventanas y puertas como de nación de mucho bosque, que imita en sus casas las grutas y los arcos de los árboles.

Ahí está el germen de una alta obra moralizadora. ¡Qué lastima! Esa bohardilla, ese joven pobre que vive en ella, melancólicamente entretenido en contemplar a la dama del mirador... y pasan días, y la mira... y pasan noches, y la mira... ¡Que me maten si con eso no era yo capaz de hacer dos tomos! Y esa dama misteriosa... yo no diría quién era hasta el trigésimo capítulo.

Nunca dejaba de protestar interiormente contra esta involuntaria inclinación, y de enfadarse consigo misma. Transcurridos algunos días después de la escena relatada decidióse a salir una tarde a pie. El no hacerlo le iba pareciendo cobardía, conceder demasiado honor a aquel chiquillo. Cuando pasó cerca de su casa levantó los ojos y le vió como siempre al mirador con un libro en la mano.

El techo del paseo y los gruesos cristales del mirador temblaron con el rugido armonioso de los cobres. Ya zarpa el buque dijo Maltrana levantándose de un salto . Mire usted cómo se va moviendo la isla. ¡Nos vamos!, ¡nos vamos!... Eso que toca la música es magnífico; jamás he oído nada tan solemne; es el saludo a la esperanza, la gran marcha triunfal de la ilusión.