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Actualizado: 6 de octubre de 2025
Los hotelitos había que llamarlos así, para no disgustar a doña Manuela , ocupando la suave pendiente de una colina yerma, eran un magnífico mirador, desde el cual se abarcaba la vega con todas sus esplendideces.
En esto la charanga entonó con energía la marcha real; todos los rostros se volvieron al mirador regio donde apareció la reina Isabel: algunos batieron palmas; otros dijeron «chis, chis,» porque la atmósfera política estaba entonces encapotada con ciertos nubarrones que descargaron no mucho tiempo después.
Gigantescos naranjos seculares, cuajados de rojas naranjas, sombreaban la especie de atrio ó compás en que habíamos entrado. Sus ramas subían hasta los arcos de un elegante mirador que teníamos enfrente y que sirve de fachada al único piso alto de un modesto aunque decoroso edificio.
Tal vez era aquello un recurso que instintivamente encontró su espíritu para librarse, por medio de la contemplación de estas visiones de su fantasía, de la abrumadora pesadumbre de la realidad presente. Pero sea de ello lo que fuere, el tablado de la picota era una especie de mirador que revelaba á Ester todo el camino que había recorrido desde los tiempos de su feliz infancia.
Cuatro son los grandes arcos que ponen el mirador en relación directa con el rico ambiente y esplendorosa vegetación de aquel amenísimo barranco.
Al lado de la cascada, entre ella y el grueso torrente del Dard, reside durante el verano una pobre paisana, en una humilde choza situada como un mirador sobre el alto peñascal, Su oficio es vender á los excursionistas algunos ligeros comestibles y refrescos y esa multitud de pequeñas curiosidades artísticas, vegetales y minerales que aparecen reunidas en modestos museos en todos los sitios concurridos de Saboya y Suiza.
Temía que Aurelia no viese tan clara como él la semejanza y le arrancase parte de su ilusión. Dos o tres veces a la semana, Clementina solía salir a pie por la tarde, como el día en que por vez primera la vimos. Raimundo, desde el mirador de su gabinete de la calle de Serrano, convertido en observatorio, espiaba su llegada.
Hace una hora que he venido repuso el señor de las Cuevas, separando los anteojos de la cara. He visto la barca desde el mirador poco después de puesto el sol. Debía suponerlo. ¿Cómo se le había a usted de escapar nada que pase por ahí afuera? Tengo mejor vista que cuando era un mozo de veinte años dijo don Melchor con firme entonación y en voz alta para que lo oyesen.
No era la misma mujer con quien había hablado dos días antes. Ya tenía la palabra en la boca para despedirla con buen modo, cuando se sintió ruido como de mano golpeando en los cristales de un mirador, y luego una voz que llamaba a Guillermina. Asomose esta. Fortunata oyó claramente la voz de doña Bárbara preguntando: «¿Está ahí Jacinta?». iii La santa vaciló antes de dar respuesta.
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