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En este número pueden ponerse Camoens, Gil Vicente, Bernardín Riveiro, Mousinho de Quevedo, el P. Vieira y dos condes y una condesa de Ericeira. Otros son tan ilustres y tan dignos de serlo en Portugal como en Castilla; así, por ejemplo, Sa de Miranda.

En la más alta cima de la Peña, creyó distinguir con envidia al enamorado Bernardín Riveiro, que todavía oteaba la extensión del Atlántico y buscaba con lágrimas la estela de la nave que le arrebató a doña Beatriz.

distas mucho de hallarte en el mismo caso. Ni doña Sol es Infanta, ni doña Sol te ha querido nunca, ni inspirado por doña Sol has de escribir églogas, canciones, romances e historias en prosa que te inmortalicen. Dado que le imitases, sólo imitarías a Bernardín Riveiro en lo tonto.

Pero, en medio de los aplausos, no faltaron cortesanos y damas que en voz baja hablasen de un sujeto cuya ausencia no extrañaban aunque hacían sobre ella comentarios, tal vez piadosos, tal vez malignos. Era este sujeto el trovador Bernardín Riveiro, estimado como nuevo Macías. Nadie ignoraba su audacia, su fervoroso amor a doña Beatriz.

Casi me arrepiento de haber querido volver a ser joven. Viejo y retirado del mundo, ni yo me enamoraba de nadie ni nadie me desdeñaba. ¿Qué puedo yo ser en esta nueva vida sino el arrendajo miserable, la mal trazada copia del pobre Bernardín Riveiro? Cálmate, Miguel, y no imagines que debes ser copia de original tan menguado y atribulado.

Seguro estoy de que en las venideras edades no han de creer y han de negar los críticos juiciosos estos ridículos desatinos; pero yo los he visto y no puedo negarlos. Bernardín Riveiro, por otro lado, tiene algún fundamento para hacer lo que hace. La Infanta había correspondido a su pasión; le había querido y había dejado de quererle, pues se casó con otro.

Y no pocos creían que ella había correspondido a aquel amor con afecto tan puro como vehemente. Por cierta se daba la desesperación de Bernardín Riveiro al ver que iba a ausentarse el alto objeto de su adoración y de su culto. ¿Dónde habría ido Bernardín Riveiro a ocultar su dolor o más bien a darle en la soledad rienda suelta?

Parado delante de la Bolsa, se puso a contar las cúpulas del edificio con obstinado empeño: una... dos... tres... cuatro... hasta seis; y se alejó, repitiendo mentalmente: seis cúpulas..., seis cúpulas.... Siguió caminando a toda prisa, y en la plaza de Gambetta se encaró con las estatuas de Bernardin de Saint Pierre y de Delavigne, como si les fuese a echar un discurso.