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Encendieron luz en el gabinete, y sobre una gran mesa que allí había, por el estilo de las mesas de los sastres, Aurora, sacando sus avíos, se puso a cortar y a preparar. Fortunata la ayudaba a desenvolver los patrones y a hilvanarlos sobre la tela.

Ningún dramaturgo había llegado á la gloria antes que él; cuando iba por los «boulevards», el público se detenía paria verle pasar; los autores le espiaban, le imitaban; diariamente la Prensa hablaba de él; hasta los mueblistas y los sastres explotaron la popularidad sin fronteras del poeta: hubo «sillones Rostand», «chalecos Rostand», corbatas y cuellos «á lo Rostand». Aquel nombre glorioso, repetido por millones de labios, volaba por los hilos del telégrafo de un continente á otro y llenaba el mundo: hasta las estrellas parecían saberlo.

Con la princesa no había que temer los escrúpulos que mostraba algunas veces Saldaña, enemigo del despilfarro. La gran señora hasta sentía desprecio por las personas que se aprovechaban parcamente de su generosidad. Don Marcos pudo cambiar de traje varias veces al día y sostuvo largas conferencias con sastres de renombre.

»Mi cuerpo se rebela hace tiempo contra los repugnantes bodrios de nuestros cocineros, inmundos envenenadores del humano linaje. Yo sentía ha tiempo profundo rencor hacia los sastres, que serían capaces de ponerle casaquín, chupa y corbata al Apolo de Fidias si se lo permitieran.

Si Pablo... ¡pero, qué! con las cuentas de sastres y zapateros de ese niño aturdido, ha molestado tanto al Habilitado, que no quiere éste adelantarle ya nada; todavía, si fuera una suma pequeña... ¡Señor! ¡Señor! ¿estaré condenada yo a pasar por tanta vergüenza? Amaneció, y la nueva luz encontróla en la sillita baja, pensativa.

¡Quieto, gentleman! dijo el profesor inclinándose sobre una de sus orejas . Son los maestros cortadores, que se preparan á confeccionar ese nuevo vestido que tanto le divierte. La comisión de sastres había traído todo lo necesario para hacer sin pérdida de tiempo el traje femenil del gigante.

Vuelve allí los ojos a aquella cuadrilla de sastres que están acabando unas vistas para un tonto que se casa a ciegas, que es lo mismo que por relación, con una doncella tarasca, fea, pobre y necia, y le han hecho creer al contrario con un retrato que le trujo un casamentero, que a estas horas se está levantando con un pleitista que vive pared y medio dél , el uno a cansar ministros y el otro a casar todo el linaje humano; que solamente , por estar tan alto, estás seguro deste demonio, que en algún modo lo es más que yo.

Luego presentó á los que le acompañaban, que eran media docena de sastres encargados de confeccionar los uniformes del ejército. Declaró el profesor innecesaria la notificación, pues su gigantesco amigo había sido advertido por él de las decisiones del gobierno.

Ya está acabado el traje, gentleman decía Flimnap . Hay que ponérselo inmediatamente, y con eso quedará terminado el conflicto con todo ese pueblo que no le conoce bien. Los empleados del gobierno quieren que salga usted de la Galería. Le será más fácil vestirse al aire libre, y los sastres podrán apreciar mejor su obra.

El mercader de ropas hechas pone á los sastres como hoja de peregil: el sastre viste al mercader de ropa de pascua; y no sabemos qué admirar más, si la ironía del mercader ó la del sastre. En punto á comprar y vender, todo el mundo es poeta á su modo, literato, erudito.