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Actualizado: 12 de junio de 2025


Costureras, chalequeras, planchadoras, ribeteadoras, cigarreras, fosforeras, y armeros, zapateros, sastres, carpinteros y hasta albañiles y canteros, sin contar otras muchas clases de industriales, se daban cita bajo las acacias del Triunfo y paseaban allí una hora, arrastrando los pies sobre las piedras con estridente sonsonete.

Seguían á éstos nada menos que 66 sastres, precedidos de un clarinero, vestidos de turcos, á su manera, con mucho de cintajos y medias lunas, estandartes y escudos, donde iban escritos pésimos versos en elogio del rey, que no había más que pedir.

Gillespie, que estaba en los postreros momentos de su sueño, cuando empiezan á despertar confusamente los sentidos mientras el resto del organismo yace sin voluntad, creyó que un insecto le estaba cosquilleando un tobillo y largó una patada, de la que se salvaron milagrosamente los dos sastres ocupados en tomarle medida.

Probablemente son éstos los únicos restos que han llegado hasta nosotros de esta poesía singular de sastres. Fórmula que los autores de entonces ponían al fin de sus manuscritos. Esto parece una alusión sarcástica á las comedias posteriores de Cervantes. En los Hijos ilustres de Sevilla, por Don Fermín Arana de Valflora, Sevilla, 1791, se omite su nombre.

Por eso cuando pasa mucho tiempo sin cambio político, cogen el cielo con las manos los sastres y mercaderes de trapos, y con sus quejas acaloran a los descontentos y azuzan a los revolucionarios. «Están los negocios muy parados» dicen los tenderos; y otro resuella también por la herida diciendo: «No se protege al comercio ni a la industria...».

Toda la acción del drama es la agonía de la niña moribunda. Las visiones de su cerebro salen fuera de él, toman forma y cuerpo y se presentan al público en la escena, merced á la poderosa imaginación del dramaturgo y á la habilidad del tramoyista, de los pintores y de los sastres. El tirano padrastro aparece aún, en aquel sueño, para atormentar á Hannele.

No lo hace mal, y presta un gran servicio a los villavejanos que, sin pedir primores ni mucho menos, nos veíamos y nos deseábamos antes para vestirnos fuera de aquí; porque pensar que los otros dos sastres que usted conoció y aún quedan, salieran de sus medidas con tiritas de papel, de sus perneras acampanadas y de sus faldones con frunces, era pensar los imposibles.

Los meses transcurridos han dejado en él mayor huella que en los demás. Ya no es el varón preocupado de las pompas mundanales, que consultaba al coronel sobre los méritos de sastres y sombreros. Ha vuelto á la esclavitud del pantalón con rodilleras y la corbata de nudo hecho; lleva la barba muy crecida y revuelta.

Mi francés nos miraba a los dos alternativamente, mi sastre se reía; yo mudaba de colores, pero estoy seguro que mi amigo salió creyendo que en España todos los caballeros son sastres o todos los sastres son caballeros.

Le probaron que algunos metros de tela fina rejuvenece el aspecto de la persona y acabó por convenir en que los sastres no son gente despreciable. Este era un gran paso; un hombre bien vestido, está medio salvado. Los padres de familia ya lo saben y cuando vienen a París a arrancar del vicio a un hijo pródigo, lo primero que hacen es llevarle a casa de un sastre.

Palabra del Dia

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