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Actualizado: 12 de julio de 2025


En el trazado de esta línea tenían alguna parte las tijeras de los sastres. No había término medio, y fue lástima grande que tantas ideas generosas y salvadoras no pudieran por fatal destino, emanciparse de la grosería, del mal vestir y peor hablar. Por esto el advenimiento de la clase media fue laborioso y pesado.

El gremio de sastres, que siempre ha sido muy numeroso en Sevilla, cuando el viaje á esta ciudad de Felipe V en 1729, se propuso obsequiar al rey, ardiendo en entusiasmo monárquico de tal modo y manera, que en su obsequio dejase atrás cuanto en el mismo sentido pudieran hacer otros.

Entre paréntesis, se distinguen por su independencia en el vestir. Doña Malvina le hace las levitas a D. Horacio, y D. Horacio le arregla los sombreros a doña Malvina. Total, que estos inglesones lo entienden: no gastan un cuarto en sastres ni modistas. Pero voy al cuento. Los pastores se las tuvieron tiesas, y doña Guillermina más tiesas todavía.

Cuando estalló la Revolución de Septiembre, Guimarán tuvo esperanzas de que el librepensamiento tomase vuelo. Pero nada. ¡Todo era hablar mal del clero! Se creó una sociedad de filósofos... y resultó espiritista; el jefe era un estudiante madrileño que se divertía en volver locos a unos cuantos zapateros y sastres.

Casi todos los petimetres y la juventud florida en masa, lo mismo de la aristocracia que del alto comercio, se habían instalado en los diferentes cuerpos de voluntarios que en Febrero de 1810 se formaron; y como en tales cuerpos ha dominado siempre, por lo común, la vanidad de lucir uniformes y arreos de gran golpe de vista, aquello fue una bendición de Dios para el lucimiento de sastres y costureras, y los milicianos de Cádiz estaban que ni pintados.

Hasta los sastres según un autor de la época sentían la ambición de meterse a descubridores. Duros hidalgos que jamás habían visto el mar lanzábanse en el ignoto Océano con una confianza asombrosa.

Vestía con elegancia y su traje tenía una forma particular en la cual no reconocía yo la mano de nuestros sastres provincianos. Salimos juntos. Le estoy muy agradecido me dijo mi nuevo amigo. Tengo horror al colegio y me tiene sin cuidado. Hay en él un montón de hijos de tenderos que llevan las manos sucias, a quienes nunca miraré como amigos. Nos tomarán entre ojos, pero me es igual.

Todo lo que le rodeaba hacía surgir en su memoria la imagen de aquel Jorge elegante, cuidado por ella con mimos infantiles. Había vigilado su guardarropa, se preocupaba del mérito de sus sastres, tenía que sufrir sus protestas varoniles cuando pretendía vestirlo interiormente de telas finísimas y encajes, lo mismo que ella.

Palabra del Dia

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