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Actualizado: 20 de junio de 2025
Pero al propio tiempo su conciencia no le permitía desmentir lo que acababa de sostener. La dignidad por delante. Estuvo luchando un rato entre la piedad y el deber, y como el ciego volviese a preguntarle con insistente afán: «¿pero es cierto que al morir nos convertimos en berzas...?» le replicó el apóstol: «Le diré a usted... hay opiniones... No haga caso.
Ello sería un honor para la familia... indudablemente, pero... ofrece sus molestias.... Sobre todo, yo no sirvo para esto. Me da miedo lo sobrenatural. ¿Tendrá apariciones? Frígilis se permitía la confianza de no contestar a las que estimaba sandeces de su amigo. También él pensaba en Anita.
El día era frío y obscuro: cubrían el firmamento espesas y cenicientas nubes ligeramente movidas por la brisa, lo que permitía que de cuando en cuando se vislumbrara un rayo de sol que jugueteaba en la estrecha senda.
La adoración de la rosquilla formada con los dedos no la mortificó tanto como otros días. El gusto de conjurar aquel gran peligro y de librarse de acreedor tan antipático, no le permitía fijarse en exterioridades más o menos cargantes. Abreviando la sesión lo más posible, se despidió. ¡Las humillaciones de aquel día la tenían tan nerviosa...!
Al sentir sus pasos me era difícil disimular la alegría; si tardaba me ponía triste; si hablaba con vosotras, y no conmigo, me moría de rabia... Le decían siempre que yo era muy piadosa; ya recordarás que él me alababa mucho por esto. Mamá nos permitía a las tres que habláramos con él.
Y las excursiones en el carricoche con el viejo notario y su pacífico caballo, cuyas riendas se le permitía tener algunas veces. ¡Qué gloria la de atravesar así las aldeas de los alrededores y entrar solemnemente en alguna gran granja, donde le agasajaban como a su padrino!
Entonces se detuvo, volvió a mirar con ahínco, dio un paso dentro de la capilla; no había nadie; estaba seguro. «¡Luego aquellas señoras se habían ido sin confesión; luego el Magistral se permitía el lujo de desairar nada menos que a la Regenta!». El Arcediano vio un mundo de intrigas que podían fundarse en este descuido del Provisor.
Ora disertaba sabiamente sobre la aclimatación del pino; ora se permitía ligeras alusiones al asunto de los deslindes; y después, haciéndose más comunicativa, contaba ingenuamente su propia historia y la de su primer marido, sus luchas para la transformación de Rosalinda y sus proyectos de futuros embellecimientos.
Siempre que hacía algo en beneficio de ella, el pobre señor se crecía y se hinchaba; que hay muchas especies de orgullo. Iban silenciosamente por la calle, él delante, ella detrás, porque la estrechez de las aceras no les permitía caminar juntos. Cuando llegaron, Melchor estaba en casa.
Entre aplausos y risas bailó con Amparito, mientras su hijo los contemplaba enternecido, renegando tal vez en su interior de su condición de poeta soñoliento y enemigo de superfluidades, que no le permitía aprender cómo se mueven las zancas en el vals, ¡El mismo demonio era el señor Cuadros, a pesar de sus años y del enorme bigote!
Palabra del Dia
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