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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Llamada por Juanita, acudió Rafaela, que se quedó estupefacta y boquiabierta al ver allí a doña Inés, a quien acompañó a su casa. Doña Inés prometió volver con don Alvaro a las diez y media. Cuando Juanita se quedó sola se lavó la cara y las manos, se alisó el pelo y sacó del armario el famoso vestido de seda regalo de don Paco.

Lo demás, que no es poco, lo pagará el inglés, hombre honradísimo, víctima de las calaveradas de ese mocoso, a quien he de arrancar las orejas. Misia Gregoria, estupefacta, no encontraba palabra que decir.

Y de nuevo tendió la vista en torno, sin lograr sacudir totalmente el estupor del sueño. , señora, el billete reiteró más desapaciblemente aún el empleado. ¡Miranda.... Miranda! exclamó Lucía por fin, enlazando sus dispersos recuerdos de la víspera. Y registró con los ojos todo el departamento, estupefacta al no ver a Miranda allí.

El caso no fué trágico, por fortuna, si bien digno de atención y de meditarse largamente. El duque se llevó la mano al sitio del siniestro y exclamó sonriendo con benevolencia: ¡Demonio, Amparito, no creí que tuvieras la mano tan pesada! Aquélla, que se había puesto pálida después de su irreflexivo arranque, quedó estupefacta ante la extraña salida del banquero.

Cuando la dama dejó de hablar, sacó el padre Cifuentes a relucir la tabaquera de cuerno, con su heraldo obligado, el pañuelo a cuadros azules y verdes, y con la mayor naturalidad del mundo dijo resueltamente: Su hija de usted no tiene vocación, señora condesa. Quedóse Currita estupefacta y desconcertada, y tartamudeó moviendo la cabecita: Pues ella me había dicho... Yo creía...

Pero ¿adónde van ustedes? arguyó la vieja, estupefacta. Carmen se asió a una mano de Salvador, atemorizada, mientras él respondía orgulloso: Vamos a la paz y al amor...; vamos a Luzmela.... ¿También Carmen? Eso no puede ser quiso decir la señora, afilando el grifo de su vocecilla. Pero el médico no la dejó engallarse, y la interrumpió: Carmen también. ¿Y con qué derecho se la quiere usted llevar?

Cuando después de una de estas reyertas quedaba la pobre Eladia llorosa y con algún rasguño en las mejillas, solía tomarla su tío de la mano y conducirla á un rincón para emplear con ella las fuerzas dialécticas con que Dios le había dotado. Vamos á ver, niña, respóndeme. ¿Quién ha hecho á tu tía? Eladia le miraba estupefacta sin despegar los labios.

¡Calla! dije estupefacta, el señor cura parece que toma en serio esta comunicación... Tiene que usar ciertas consideraciones... ¡Consideraciones!... ¿Por qué? Ofender a una solterona de la intransigencia de Celestina, sería peligroso... , comprendo... El señor cura temería legítimas represalias... Ciertamente dijo la abuela con convicción.

El Duque se inclinó en señal de asentimiento, e Isabel, haciendo un esfuerzo para sobreponerse a su turbación, tomó la palabra y dijo con voz trémula: Vuestra Majestad ignora... y Su Eminencia el cardenal ha debido de decirlo... Que ese matrimonio merece la aprobación de Farinelli le interrumpió la Reina; e Isabel quedó estupefacta.

Maxi le arrebató el papel de un manotazo. «Te has quedado así como... estupefacta». Déjame en paz replicó ella con un despego que a su marido le llegó al alma. ¡Qué modales, hija! Ya ni consideración. Fortunata parecía que tenía sellada la boca. Comieron sin chistar; él se puso luego a estudiar y ella a coser, sin que el fúnebre silencio se rompiera. Acostáronse, y lo mismo.

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