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Actualizado: 27 de junio de 2025
¡El mar sin límites, que recibió mis primeras miradas! ¡las verdes montañas de mi hermosa Galicia, de entre las cuales pluguiera á Dios no hubiera salido nunca! Como os decía, la impaciencia me devoraba. Sólo veía delante de mí, porque la noche era muy obscura, una línea algo más clara, una línea movible. Era el mar que venía á romper sus olas en las rocas.
Se dirigió a casa de la duquesa de Somavia, que había vuelto el día anterior a Pilares, huyendo de la inclemencia, melancolía y tedio de la aldea. Llevaba la carta en la mano, sin protegerla de la lluvia. ¿Qué te sucede, Apolonio? preguntó la duquesa, alarmada ante aquel hombre como de piedra . ¿La catástrofe, la quiebra, el embargo? Me lo presumía. ¡Pluguiera a Dios! murmuró cavernoso Apolonio.
Á los 10 de mayo, á hora de Vísperas, llegó Fray Copones, inviado por el gran Maestre en una fragata con la nueva que la armada turquesca había estado en el Gozo, que pluguiera á Dios que tal nueva no llegara, que ciertamente fué causa de la perdición que sucedió al armada de los cristianos, que otramente, todos estaban seguros y firmes, y jamás acaeciera semejante desgracia; y según esta nueva, todos hacían cuenta que dentro de dos días á lo más largo la armada turquesca parecería, y así Su Excelencia hizo toda la diligencia posible para embarcarse aquella noche con todo el resto, y no fué posible hasta el día, porque los alemanes le daban gran pesadumbre y trabajo, que no estaban aún determinados de quedar en el fuerte, ni se habían podido acordar; y entendiendo ellos que Su Excelencia quería ir á hablar con el señor Juan Andrea Doria á las galeras, para dar la mejor expedición que acordasen, los sobredichos alemanes tomaron la palabra á Su Excelencia que sin ellos no se fuese, y fué fuerza que Su Excelencia se lo prometiese y la cumpliese después, cosa por cierto muy conviniente y de gran valor, que un Príncipe cumpla aquello que promete, mayormente no habiendo sospecha de contrario suceso; y así Su Excelencia se embarcó y fué á donde estaba el señor Joan Andrea Doria, dejando en tierra á Alvaro de Sande para que diese órdenes en las cosas que fuesen menester, el cual dicen que se echó en la cama á reposar.
Y tendió la carta. Chico, este papel es una sopa. Se ha corrido la letra y no puedo leer. ¡Pluguiera a Dios cegarme, antes de haberla yo leído! Pero ya, ¿qué he de hacer? ¡Ah! Resignarme y perdonar la mano que me ha herido. Apuraré esta copa hasta las heces, y leeré la carta por dos veces. Y leyó la carta a la duquesa.
Era de noche, cuando me hizo llamar... ¡Ay! pluguiera al Cielo que nunca hubiera hallado a tan pérfida mujer. Mi vida no estaría amenazada por un terror incesante y por arrepentimiento continuo. Mi corazón es honrado y soy incapaz de cometer espontáneamente una injusticia; pero la compasión que me inspiraba...
Cinco blancas de carne era su ordinario para comer y cenar. Verdad es que partía comigo del caldo, que de la carne, ¡tan blanco el ojo!, sino un poco de pan y ¡pluguiera a Dios que me demediara! Los sábados cómense en esta tierra cabezas de carnero, y enviábame por una, que costaba tres maravedís.
Pluguiera a Alá Que vuestro hermano no fuera, Y que este amor fin tuviera, Que el de mi vida será, Y que celos y querellas Tuviera más que llorar Que arenas tiene la mar Y que tiene el cielo estrellas. Por bienes que son tan raros Era poco un mal eterno; Que penas, las del infierno Eran pocas por gozaros. Mas, pues vuestro hermano fuí, No despreciéis mi deseo. JARIFA. Antes le estimo, y te creo.
Aún veo vuestros ojos brillantes de dicha, aún veo vuestros labios de coral plegados por una sonrisa divina. Mis manos infantiles batieron las palmas y grité con toda la fuerza de mi pecho: «¡Vivan los novios! ¡Adiós!» me dijisteis enviándome un beso. Y partisteis. ¡Ay, pluguiera al cielo que no dierais un paso más!
Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera así que así. Hiciéronnos amigos la mesonera y los que allí estaban, y con el vino que para beber le había traído, laváronme la cara y la garganta, sobre lo cual discantaba el mal ciego donaires, diciendo: "Por verdad, más vino me gasta este mozo en lavatorios al cabo del año que yo bebo en dos.
El Visitador, a poco de llegado a Lima, se convenció de que la tierra era muy rica y la comisión sabrosa y de papilla. Item, adivinó, sin ser brujo, que los peruleros éramos mansitos de genio y, por ende, susceptibles de soportar cuanta albarda pluguiera a su señoria echarnos a cuestas.
Palabra del Dia
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