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El Almirante contestó, que se alegraba de sinceridad; y creía que así, filipinos y americanos debíamos tratamos como aliados y amigos, exponiendo con claridad todas las dudas para la más fácil inteligencia entre ambas partes, añadiendo que, según tenia manifestado, =Estados Unidos reconocería la Independencia del pueblo filipino,= garantida por la honrada palabra de los Americanos, de mayor eficacia que los documentos que pueden quedar incumplidos, cuando se quiere faltar á ellos, como ocurrió con los pactos suscritos por los Españoles, aconsejándome formara enseguida la =bandera nacional= filipina, ofreciendo en su virtud reconocerla y protegerla ante las demás Naciones, que estaban representadas por las diferentes escuadras que se hallaban en la bahía, si bien dijo, que debíamos conquistar el poder de los españoles, antes de hacer ondear dicha bandera, para que el acto fuera más honroso á la vista de todo el mundo, y sobre todo, de los Estados Unidos, y para que cuando pasaran los buques filipinos con su bandera nacional por delante de las escuadras extranjeras infundieran respeto y estimación.

Yo profesaba a Alejandra un afecto fraternal: la soledad en que se encontraba sumida, su entereza, que la hacía capaz de soportar y vencer las dificultades de la vida, me inclinaron a protegerla, a sostenerla como a una hermana, como a una hija; ¡pero ella me quiso con un afecto más ardiente!

No, no salgas dijo Pablo vivamente . Ella parecerá, ella vendrá sola. Parece loca. ¿Sabe que tengo vista? Yo misma se lo he dicho. Pero sin duda ha perdido el juicio. Dice que yo soy la Santísima Virgen y me besa el vestido. Es que le produces a ella el mismo efecto que a todos. La Nela es tan buena.... ¡Pobre muchacha! Es preciso protegerla, Florentina, protegerla, ¿no te parece?

Temió que, replegado á la pared contra la puerta de una casa, teniendo inmediatamente pegada á á las espaldas para protegerla de todo ataque de costado á doña Clara, no la hubiese alcanzado algún golpe del bufón. ¡Una luz, una luz! exclamó Quevedo . ¿No traéis con vosotros una luz para ver lo que ha acontecido á doña Clara? ¡Cómo! ¿Está doña Clara con vos? dijo el padre Aliaga.

Una mañana que la Pipaón estaba sola, pues Thiers había ido a la consulta, presentose inopinadamente Pez. Vestido de verano, con el ligero y elegante traje de alpaca de color, parecía un pollo. Veíale siempre Rosalía con gusto, y en aquella ocasión le vio con mayor agrado, por lo terso y remozado que estaba. Cada vez se crecía más en el espíritu de la noble señora la imagen de aquel sujeto, y se afianzaba más en los dominios de su pensamiento. Y antes que los atractivos exteriores de él, antes que sus modales y su señorío, la cautivaban los propósitos que hizo de protegerla en cualquier circunstancia aflictiva. Hubiérase rendido al protector antes que al amante; quiero decir que si Pez no hubiera puesto aquellas paralelas del ofrecimiento positivo, el terreno ganado habría sido mucho menos grande.

A ella vivía enteramente consagrado don Gaspar: sólo para guardarla y protegerla quería que Dios le prolongase los días. No era hermosa ni siquiera bonita, y habiendo de ser extraordinariamente rica, quedaba su porvenir a merced del primer hombre que movido de ruin codicia se fingiese prendado de ella.

Hay que protegerla; hay que ayudar al mediano; que gaste el de arriba, ya que tiene, pero que no sea todo para él... Maltrana interrumpió al viejo. Era capaz de permanecer allí toda la mañana si seguían escuchándolo. Le esperarían sus parroquianos; su ayudante, el Bobo, lanzábale miradas de impaciencia; el pobre Coleta aguardaba a que le dejase subir en el carro para ir a Madrid.

Piense usted en que necesitamos protegerla de su misma hermosura. Y la directora, ya apiadada del gran dolor reflejado en las facciones de doña Andrea, que no tenía fuerzas para abrir los labios, ya deseosa de alcanzar con halagos su anhelo, había tomado las manos de doña Andrea, y se las acariciaba bondadosamente.

Al principio supo disimular sus defectos; pero ahora apenas si se digna responderme. Tiene un humor áspero y sombrío. Casi estoy por creer, cuando reflexiono respecto de su conducta arrogante, que me mira como su sirviente. Para protegerla contra la condesa, me expongo de la mañana a la noche a sufrir altercados y disgustos... ¡Y ser recompensado por un frío desdén!

Era la misma letra de la esquela que me había dado cita en el cenador de Antonieta de Maubán, y decía: «No tengo motivos para querer a Vuestra Alteza, pero Dios la libre de caer en poder del Duque. No acepte Vuestra Alteza invitación alguna suya. No vaya sola a ninguna parte; una fuerte guardia armada bastará apenas para protegerla. Enseñe esta carta al que reina hoy en Estrelsau