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Actualizado: 19 de mayo de 2025
La pensión de la señora, como viuda de intendente, había sido retenida en dos tercios por los prestamistas; los empeños sucedían a los empeños, y por librarse de un ahogo, caía pronto en mayores apreturas. Su vida llegó a ser un continuo afán: las angustias de una semana, engendraban las de la semana siguiente: raros eran los días de relativo descanso.
Siguió el lápiz corriendo sobre el papel, pero siempre el alma iba más deprisa; los versos engendraban los versos, como un beso provoca ciento; de cada concepto amoroso y rítmico brotaban enjambres de ideas poéticas, que nacían vestidas con todos los colores y perfumes de aquel decir poético, sencillo, noble, apasionado.
Cada objeto le decía una frase, de cada observación brotaba un deseo, y a lo más puro sucedía lo más humano. Unas cosas engendraban sentimientos dulces y tranquilos que confundían el amor con la adoración: otras hacían surgir tercos e insaciables los lascivos impulsos de la carne. Sus ojos lo escudriñaron todo.
Los cuadros disolventes de algún saltimbanqui engendraban la afición a las linternas mágicas, y las compañías dramáticas que por casualidad llegaban hasta allí, verdaderas cuadrillas de facinerosos, despertaban extrañas aptitudes para el arte escénico en muchos vecinos que hasta entonces jamás las habían revelado.
Es raro que no habiéndole dado tú ningún aliento haya osado ese chico soltar palabras tan atrevidas. ¿Es que dudas de lo que acabo de decirte? Esas dudas cuando éramos novios tenían poco valor, no engendraban más que riñas pasajeras que según me aseguraban eran la salsa de las relaciones amorosas, aunque yo jamás quise creerlo.
Y así fue. Desde las once de la noche una larga fila de coches iba poco a poco dejando en el vestíbulo del palacio centenares de convidados; las damas, envueltas en riquísimos abrigos, bajaban de sus berlinas y sus clárens, dejando ver pies coquetamente calzados que se apoyaban un momento en el estribo, mientras con la mano, enguantada hasta el codo, recogían la larga cola ornada de valiosos encajes; los lacayos recibían órdenes de volver a la madrugada; los mirones y curiosos, estacionados en la acera opuesta, contemplaban aquellas grandezas haciendo comentarios, sugeridos por la hermosura de las mujeres o la envidia de las riquezas; los salones se iban llenando, y el calor que la aglomeración y las luces engendraban iba animando y coloreando los rostros.
Palabra del Dia
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