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Escuchando estas palabras, al loco marqués se le arrasaron los ojos de lágrimas. Tomó la mano de su ex querida y la besó con la misma devoción y ternura que una reliquia. León se levantó de prisa porque no podía tener la risa en el cuerpo. Las mujeres, siempre compasivas con los extravíos de la pasión por ridículos que sean, le contemplaron con curiosidad y lástima. Sólo Rafael permaneció grave.

Plegó el bellísimo entrecejo Dorotea, y adelantó el labio inferior en un mohín desdeñoso. Aunque seas tan hermosa ó más hermosa que doña Clara, hija, te falta una cosa que á ella le sobra. ¿Y qué es lo que me falta? Ser fruto prohibido. Conmovióse profundamente la Dorotea, y sus ojos se arrasaron de lágrimas; al tío Manolillo se le desgarró el corazón.

Despidió a la doncella, rasgó el sobre y buscó con la mirada la firma... tuyo, Juan. ¡Qué mentira! Los ojos se le arrasaron en llanto. Lo menos tardó un cuarto de hora en poder leer con tranquilidad de espíritu aquellas malhadadas líneas. Decían así: «Cristeta mía: Lo que temíamos. Esta mañana he recibido carta del agente. Estoy casi arruinado.

La vi enternecerse; los ojos se le arrasaron de lágrimas, y exclamó, queriendo reprimir los sollozos con un esfuerzo: A mi madre la quiero con toda mi alma, y la perdono... Está embaucada... Si no lo estuviera, no haría conmigo lo que ha hecho... ¡Pero a ese tío brujo, que ha de arder en los infiernos, nadie le corta el pescuezo más que yo!

¡Mi madre convertida en criada de monjas! gritó con rabia. Los ojos se le arrasaron de lágrimas, y al cubrirse el rostro con las manos, por no entristecer más a su padre, vio que su precaución era inútil: el viejo lloraba también. ¡Padre, padre de mi alma, nos vamos a quedar solos! dijo, arrojándose en sus brazos. no me dejarás, ¿verdad, hijo?

Si alguien me hubiera dicho que no era el rey, el czar, el emperador, el niño mimado de la suerte, le hubiera mirado con olímpico desprecio. En el teatro había ópera, y más de una vez de pie, en el palco junto a ella, se me arrasaron los ojos de lágrimas oyendo al tenor en Lucía, aquello de: Tu che a Dio spiegasti l'ale.

Sin duda por ser tan famoso se encarnizaron mas contra él los enemigos de la cristiana, los cuales completamente lo arrasaron. Las religiosas que en él moraban huyeron á la ciudad, y allí se recogieron en una casa que tenian, pared por medio con la iglesia de S. Cipriano.