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Actualizado: 25 de julio de 2025


Es verdad; mi padre me dijo hace un año, al ver cómo me trataba la reina: «Clara, hija mía, eres fuerte y valiente; vela por su majestad, y si es necesario, sacrifícaselo todo... todo menos el honor». Pero, volviendo á esas malhadadas cartas, es necesario que conozcáis ese secreto.

Pero de repente olvidó su mal, el anónimo, todo, porque Eufemia entró gritando, corriendo; tropezó con las rodillas de Bonis, y exclamó: ¡Señorito, señorito!... La señorita está con los dolores. Bonis saltó como un tigre, corrió por salas y pasillos, con una bota y una zapatilla, tal como le habían sorprendido las cartas malhadadas, y llegó al gabinete de su esposa en pocos brincos.

Mientras tanto D. Primitivo se enteraba con profunda sorpresa de que Pedro no había tocado siquiera en el cuadro de las lechugas. El procurador se guardó de comunicar la noticia á sus compañeros, y cuando llegaron á la huerta y se encontró frente á las malhadadas lechugas, que habían tenido la audacia de espigar motu proprio, bajó la cabeza y pasó de largo sin conocerlas.

¿Por qué los don Periquitos que todo lo desprecian en el año 33, no vuelven los ojos a mirar atrás, o no preguntan a sus papás del tiempo que no está tan distante de nosotros, en que no se conocía en la corte más botillería que la de Canosa, ni más bebida que la leche helada; en que no había más caminos en España que el del cielo; en que no existían más posadas que las descritas por Moratín en el de las Niñas, con las sillas desvencijadas y las estampas del Hijo Pródigo, o las malhadadas ventas para caminantes asendereados; en que no corrían más carruajes que las galeras y carromatos catalanes; en que los chorizos y polacos repartían a naranjazos los premios al talento dramático, y llevaba el público al teatro la bota y la merienda para pasar a tragos la representación de las comedias de figurón y dramas de Comella; en que no se conocía más ópera que el Marlborough o Mambruc, como dice el vulgo, cantado a la guitarra; en que no se leía más periódico que el Diario de Avisos, y en fin... en que...

Despidió a la doncella, rasgó el sobre y buscó con la mirada la firma... tuyo, Juan. ¡Qué mentira! Los ojos se le arrasaron en llanto. Lo menos tardó un cuarto de hora en poder leer con tranquilidad de espíritu aquellas malhadadas líneas. Decían así: «Cristeta mía: Lo que temíamos. Esta mañana he recibido carta del agente. Estoy casi arruinado.

Despues, dando lugar el gran Neptuno A que fuesen sus ondas navegadas, Con muy próspero viento y oportuno, A cabo de cien leguas caminadas, Descubrimos del bárbaro importuno La costa, con sus tierras malhadadas. Era una tierra larga, baja y llana, Que tiene por renombre Tafetana.

Velázquez retrató a cada personaje según quien era buscando el modo de acusar su condición y carácter: al Rey con majestad, al caballero con nobleza, a la dama con la elegancia que permitían las malhadadas galas de su tiempo; y a éste, que yo tengo por comediante mientras no se demuestre plenamente lo contrario, le puso no en reposo como casi siempre retrató a grandes y señores, sino movido, declamando, acaso en el acto de recitar una loa o un paso de entremés.

Palabra del Dia

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