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Y, hasta en sus pequeñeces, No puede la soberbia planta humana Hollar con altiveces La raiz soberana, Que en la cúspide siempre se coloca De acantilada roca, Por cortantes aristas defendida... Y es necesario despreciar la vida Para llegar al pie de la meseta Donde marca la flor dificil meta... Pináculo oriental de lo sublime Al que el astro solar su beso imprime.

Vistióse, en fin, y poco a poco, porque estaba molido y no podía ir mucho a mucho, se fue a la caballeriza, siguiéndole todos los que allí se hallaban, y, llegándose al rucio, le abrazó y le dio un beso de paz en la frente, y, no sin lágrimas en los ojos, le dijo: -Venid vos acá, compañero mío y amigo mío, y conllevador de mis trabajos y miserias: cuando yo me avenía con vos y no tenía otros pensamientos que los que me daban los cuidados de remendar vuestros aparejos y de sustentar vuestro corpezuelo, dichosas eran mis horas, mis días y mis años; pero, después que os dejé y me subí sobre las torres de la ambición y de la soberbia, se me han entrado por el alma adentro mil miserias, mil trabajos y cuatro mil desasosiegos.

¡Olvidarte, olvidarte yo, vida mía! Y don Juan, embriagado, la besó en la boca. ¡Adiós! exclamó Dorotea entre un beso ardiente. ¿Por qué me dices adiós, alma mía? Me llama mi esposo dijo sonriendo siempre Dorotea. ¡Tu esposo! ; acabo de desposarme... con quien estará eternamente conmigo y yo eternamente con él.

La joven se aproximó aún más y gravemente puso los labios en el blanco rostro de su madre. Si aquel beso tuvo propósito de llegar al corazón, cosa que debe ponerse en duda, se quedó en la mitad del camino. La noble dama no lo sintió llegar. Su frente se arrugó. De sus ojos se borró la expresión de enternecimiento.

Benhacel calló, y en medio del homenaje más grande que pueden prestar la admiración y el respeto, el silencio, descubrióse, hincó una rodilla en tierra y besó la mano del rey; saludó después a los Grandes de uno y otro lado, y acompañado de su abuelo, fuese a colocar entre ellos. El viejo lloraba como un niño; uno le dijo: ¡Llora el almirante, y no lloró el guardia marina!...

Un niño pequeñito de ocho años subió gateando las gradas del estrado, púsose de puntillas para divisar a su madre, viola a lo lejos y con la punta del diploma le envió un beso... Chicos y grandes aplaudieron con entusiasmo: los unos, por ese instinto de ángel que hace comprender al niño lo que es santo y bello; los otros, por esa tierna simpatía que despierta en el corazón de todo padre o madre cuanto tiende a revelar el puro amor de hijo.

Un beso... un beso respondieron los chicos, una niña y un niño de seis y cinco años respectivamente. ¿Nada más? La niña, avergonzada, hizo signos negativos con la cabeza. Reynoso se inclinó para besarla. Mas he aquí que cuando lo estaba haciendo, el niño le introdujo suavemente la mano en el bolsillo.

¡Vaya una desgracia! «Para tomar mujer no se reniega de la madre», decía Napoleón; se puede muy bien ser buen marido y buen soldado. ¿Verdad, tía Liette? ¡Anda! ahora llamo a usted también yo tía Liette... Dispénseme usted, señorita, y permítame darle un beso sin embargo...

Iba Preciosa confusa, que no sabía a qué efeto se habían hecho con ella aquellas diligencias, y más viéndose llevar en brazos de la Corregidora, y que le daba de un beso hasta ciento.

¡Vamos, vamos! exclamó la joven haciendo ademán de alzarse . Se va a caer la noche en un instante. Espera, déjame sentir el beso de adiós de ese sol que se está hundiendo. El astro rey ocultaba ya la mitad de su disco en la llanura y enviaba uno a uno sus rayos de púrpura con sonrisa melancólica, colgándolos suavemente a las ramas de los árboles. ¿Lo ves? Ya el sol se ha ido. ¡Vámonos, vámonos!