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Un niño pequeñito de ocho años subió gateando las gradas del estrado, púsose de puntillas para divisar a su madre, viola a lo lejos y con la punta del diploma le envió un beso... Chicos y grandes aplaudieron con entusiasmo: los unos, por ese instinto de ángel que hace comprender al niño lo que es santo y bello; los otros, por esa tierna simpatía que despierta en el corazón de todo padre o madre cuanto tiende a revelar el puro amor de hijo.

El viejo que había dejado sus bufandas y su pipa en el guardarropa dió varias palmadas, siseó para imponer silencio, y dijo luego con solemnidad: La asistencia reclama que nuestra bella musa recite algunos de sus versos incomparables. Muchos aplaudieron, apoyando esta petición con gritos de entusiasmo. Pero la masa se mostró displicente y empezó á moverse en su asiento haciendo signos negativos.

Al llegar a don Paco, que dejó Juanita para lo último, dijo: «Sino con este», y le dio un abrazo muy apretado. Don Paco la tomó por la cintura, la chilló, la aupó y la levantó a pulso dos o tres veces en el aire. Todos aplaudieron y gritaron: ¡Que vivan los novios! Anunciada ya la boda para lo más pronto posible, los futuros esposos fueron felicitados.

Ya estaban los padres de Ángel enterados de casi todo lo que deseaban saber: por qué trasnochaba; por qué se vestía con tanto esmero; por qué andaba como desvaído a veces, y a veces hecho un cascabel, y hasta sabían por qué había llegado a casa la noche antes tan atolondrado y nervioso. Y no sólo lo sabían, sino que lo aprobaron y aun lo aplaudieron.

Podrán ser más corpulentos, podrán tener sentidos más variados y perspicaces, pero la ley moral y los primeros principios absolutos, raíz de todo saber, y el amor inextinguible de lo infinito que sólo en lo infinito se aquieta, en nadie podrán asistir con mayor energía y virtud creadora que en el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios. Todos aplaudieron el discurso de Morsamor.

Un murmullo de placer partió de la concurrencia y los invitados de Harvey, sin miedo de cometer una falta de distinción, aplaudieron con entusiasmo. Hasta los mismos cow boys, dominados por el encanto de la inspiración y estupefactos ante las sensaciones que experimentaban, desistieron de marcharse al salón de fumar, como habían proyectado.

Todas las hermosas damas de Babilonia aplaudiéron esta eleccion, porque nunca habia habido ministro tan mozo desde la fundacion del imperio: todos los palaciegos la sintiéron; al envidioso le dió un vómito de sangre, y se le hincháron extraordinariamente las narices. Dió Zadig las gracias al rey y á la reyna, y fué luego á dárselas al loro.

Entró en el comedor cuando sonaba el pataleo de las sillas en que se iban acomodando los comensales, y contó... «Me voy dijo , para no hacer trece». Algunos protestaron de tal superstición, y otros la aplaudieron.

Todos aplaudieron el breve discurso de Teletusa, y animada ella con el aplauso, se atrevió a proseguir: La pólvora da muerte y la harina es el mejor y más usado sustento de la vida. A la harina, pues, me atengo. Quiero que sepáis, señores, que una prima mía muy guapa fue la buena amiga y tal vez el oíslo del famoso cocinero Ruperto de Nola.

Donna Olimpia y Tiburcio aplaudieron a Teletusa. Y Morsamor, algo pensativo aún y no muy conforme con que todo aquello se aviniese bien con su papel de héroe, empezó a rendirse y a contagiarse del regocijo harto profano que allí reinaba. Morsamor se sintió ebrio antes de beber el vino.