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Déjame hablar, hijo mío. ¿Crees que pienso recomendarte consuelo y distracciones? Eso es muy convencional y poco digno de nuestra profunda pena. No; no esperes tal cosa. Yo también, como , pienso que habiendo abandonado Magdalena la tierra, no nos queda otro recurso que ir a buscarla en el Cielo.

Hace tiempo que te busco, y ahora que te encuentro te pregunto si crees que no me has perseguido y vejado bastante. ¿Quieres que sea bastante ya? dijo Garrote con sarcasmo . Pues sea y déjame en paz. Si no me acuerdo de ti, si te desprecio....

¡Abuela! ten piedad de supliqué con lágrimas en los ojos; déjame gozar de mi vigésimoquinto aniversario... No me obligues a pensar cosas tristes... No me hables de la muerte, y sobre todo de la tuya... Es, sin embargo, una ley de la Naturaleza siempre respetada y siempre obedecida respondió dulcemente la abuela.

Pero Demetria, que tenía el rostro demudado, la retuvo con fuerza de la mano. ¡Déjame á ! Flora cedió de buen grado. Saltaron los tres á la barca y aquélla fué á situarse en la proa para dejar solos á los novios. Nolo hubiera querido quedarse en tierra, hubiera querido ir también á la proa, hubiera querido que la barca se hundiese; todo menos quedarse mano á mano con Demetria.

Pero Juan, haciendo un ademán de horror, retrocede más ante la mano que lo roza; y dirigiendo a Martín una mirada llena de angustia mortal, le dice con voz ronca: ¡Déjame!... ¡no quiero, no quiero tener nada que ver contigo! ¡ya no soy tu hermano! Martín, sobrecogido, se agarra con las dos manos a la mesa que está junto a él, y se deja caer, como herido de una puñalada, sobre el banco inmediato!

Bien que, siendo republicano, no hay para qué añadir que es un joven excelente. D. Lino tosió otras tres veces y dejó trascurrir bastante espacio entre la tos y el discurso. ¿Qué se os alcanza á vosotros todavía sobre los altos asuntos de la política? Pero, D. Lino, ese argumento no tiene fuerza, porque... Espera, hombre, espera; déjame terminar; los jóvenes sois muy precipitados.

¿Qué te pasa, hija? ¿Por qué lloras? Déjame, ama, déjame contestó doña Beatriz . Soy la más desventurada de las mujeres. El ama Teresa insistió en vano en idénticas o semejantes preguntas. Beatriz no le contestaba sino rogándole que la dejase. Cansada, pues, y hasta algo picada de aquel sigilo con que de ella se recataba Beatriz, el ama Teresa se salió de la sala y se fué al cuarto de Inesita.

Las preocupaciones religiosas, llegaban hasta su dormitorio. «Déjame, Luis decía su esposa mañana tengo comunión en las Hijas de María, y necesito hacer examen de conciencia». Otras veces era Cuaresma y el ayuno se extendía hasta la vida conyugal.

Y él, con la incoherencia de la pasión, besó sus pies y el arranque de sus piernas; besó su falda allí donde pudo, en los ángulos redondeados de sus rodillas, en la suave curva del vientre. Ella se irritó al sentirse inmovilizada, sin poder huir. ¡Déjame!... Esto es ridículo. ¡Acabemos!

He cambiado las llaves del cariño por las llaves del cofre del dolor, y voy, o como un viejo o como un niño, muerto para las glorias del amor. Quede en tus manos, pues, la mariposa, quede en tus manos la divina rosa, el agua mansa y la celeste luz, y déjame en limosna la tristeza, las espinas que ciñen mi cabeza, y, más que todo, mi sangrienta cruz.