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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Me dijo que me amaba y que había resuelto casarse conmigo. «¿Quiere usted ser mi mujer...?» Yo no sabía qué contestarle; arrugaba mi vigésimoquinto «marinero»; al fin, recobré la sangre fría. «¡Según y cómo!», le dije. «¿Tiene usted algún oficio...?» «No se preocupe; tengo una profesión bastante lucrativa. ¡Lo importante es que yo no le desagrade!» Me dejé caer sobre una silla, me puse a sollozar y me enjugaba los ojos con el «marinero». Aquella misma noche, el señor Mers venía a buscarme a la salida del almacén con su auto, me llevaba a nuestra casa y pedía mi mano a papá, que estuvo a punto de caer enfermo por la impresión. ¡Ya ve usted...! ¡Un yerno que tenía quince millones! ¡El pobre papá no volvía de su asombro...!
En cualquiera otra circunstancia, es probable que todo esto no me hubiera chocado; pero viniendo en seguida de la reprimenda de la abuela para celebrar mi vigésimoquinto aniversario, me sentí poseída de una ardiente curiosidad: El horror de la abuela pensé instantáneamente, ¿será un resto de paganismo olvidado en su cerebro?
¡Abuela! ten piedad de mí supliqué con lágrimas en los ojos; déjame gozar de mi vigésimoquinto aniversario... No me obligues a pensar cosas tristes... No me hables de la muerte, y sobre todo de la tuya... Es, sin embargo, una ley de la Naturaleza siempre respetada y siempre obedecida respondió dulcemente la abuela.
Palabra del Dia
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