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Actualizado: 26 de mayo de 2025
El marido yo lo encontraré respondió la abuela. Eso es sencillo y fácil. Prométeme solamente ser razonable y no rechazar a ciegas cualquier proyecto de matrimonio. Sí, abuela, te prometo tratar de hacerlo respondí con firmeza. Pero concédeme una gracia en cambio de esta promesa. Antes de tomar una resolución, déjame algún tiempo para estudiarme a mí misma y estudiar a los demás.
Vamos, don Santos, vamos a casa... Te digo que no tengo casa... déjame... hoy tengo que hacer aquí... Vete, vete tú... Es un secreto... ellos creen... que no se sabe... pero yo lo sé... yo les espío... yo les oigo.... Vete... no me preguntes... vete.... Pero no hay que alborotar, don Santos; porque ya se han quejado de usted los vecinos... y yo... qué quiere usted....
Me sentí presa de una compasión infinita; tenía ganas de tomarle las manos y decirle: Tén confianza en mí, soy fuerte; déjame participar de tu dolor. Cuando alzó los ojos, tuve miedo de que hubiera notado mi mirada; me puse rápidamente de rodillas delante de la cuna y apoyé mis labios en el tierno rostro del niño que se estremeció a mi contacto, como si hubiera experimentado un dolor.
D. TELL. ¡Teneos, apartaos, villanos! SANCHO. Déjame tocar sus manos, Mira que soy su marido. D. TELL. ¡Celio, Julio! ¡Hola! Criados, Estos villanos matad. FELIC. Hermano, con más piedad, Mira que no son culpados. D. TELL. Cuando estuvieran casados, Fuera mucho atrevimiento. ¡Matadlos! SANCHO. Yo soy contento De morir y no vivir, Aunque es tan fuerte el morir. ELVIRA. Ni vida ni muerte siento.
En segundo término y en el fondo, el jardín, con grandes árboles y macizos de flores. Del centro parten tres paseos en curvas. El de la izquierda conduce a la calle. Sillas de hierro. Es de día. ELECTRA, PATROS, con una cesta de flores que acaban de coger. Déjame aquí las flores y toma la carta. Y van tres hoy. No caben en el tiempo las infinitas cosas que Máximo y yo tenemos que decirnos.
Quedó don Cleofás absorto en aquella pepitoria humana de tanta diversidad de manos, pies y cabezas, y haciendo grandes admiraciones, dijo: ¿Es posible que para tantos hombres, mujeres y niños hay lienzo para colchones, sábanas y camisas? Déjame que me asombre que entre las grandezas de la Providencia divina no sea ésta la menor.
Sí la tengo..., sí..., ¡aquí está!... ¡Mamá..., mamita!... ¿No es verdad que estás aquí?... ¡Responde!, ¡habla!... ¡Dame un beso, por Dios, mamita!... ¡Déjame, papá!... Déjame..., ahora me lo va a dar... ¡Espera un poco, por Dios!... ¡Déjame, papá del alma!... ¡Déjame que me dé un beso!...
MANRIQUE. Sí, Ruiz, pero nada veo. ¿Si te engañaron? RUIZ. No creo... MANRIQUE. ¿Estás cierto que era aquí? RUIZ. Señor, muy cierto. MANRIQUE. Sin duda tomó ya el velo. RUIZ. Quizá. MANRIQUE. Ya esposa de Dios será, ya el ara santa la escuda. RUIZ. Pero... MANRIQUE. Déjame, Ruiz; ya para mí no hay consuelo. ¿Por qué me dio vida el cielo si ha de ser tan infeliz?
Esta, miró a su vez al sobrino, y el semblante se le anubló, de pronto... Vamos, pues, ¿qué dices? ¡Que la quiero a usted mucho tiíta de mi alma, y que sufro de veras por la pena que la estoy causando! La abrazó repetidas veces, con efusión. Déjame, no me aprietes tanto... ¿De modo que... eso no te alcanza? ¡Habla, habla!
No te lo quiero decir... Es una idea mía: si te la dijera, te parecería una barbaridad. No lo entenderías... ¿Pero qué te crees tú, que yo no tengo también mi talento? Pues eso... junto con la sal está la idea... Si mi idea se cumple... No te quiero decir más. Mañana me lo dirás. No, mañana tampoco... El año que viene. Ya llegó el instante fiero... Silvia de la despedida. Déjame aquí.
Palabra del Dia
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