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La señora de Rumblar, después de ordenar a Presentación que se alejase, me recibió con un exordio severísimo, y luego añadió: No debía ocuparme de nada que se refiera a aquella casa donde ayer por mi desgracia estuve; pero la cortesía me obliga a oírle a usted, nada más que a oírle por breve tiempo. Señora dije yo me marcharé pronto. Recuerdo que usted me rogó que no volviese más a su casa.

Y aquí debo apuntar que la casa de Fonseca fué, durante siglos, la más poderosa de Salamanca, así en lo civil como en lo eclesiástico, y que, aparte de sus grandes guerreros, la hicieron célebre en toda la cristiandad aquel severísimo Arzobispo de Santiago y Patriarca de Alejandría de que tanto hablan las historias, y otro Arzobispo de Santiago y de Toledo, hijo suyo, á quien debieron los salmantinos importantísimas fundaciones, como diremos oportunamente.

Cumplió Nuño las órdenes, y pocos instantes después compareció el rapaz ante la hermosa dama, que le recibió, como juez severísimo, con imponente autoridad y compostura. Nuño y Leonor se retiraron a una señal de la dama. Esta quedó sentada en un sillón de brazos, como si fuera tribunal o trono. El rapaz estaba de pie enfrente de ella, con ademán muy respetuoso por cierto, pero en manera alguna temeroso ni turbado. Con enérgicas palabras la dama le echó en cara su fea conducta, le amonestó para que se corrigiese, y le exigió que pidiera perdón de su culpa.

Como la letra con sangre entra, el primero que reinó fue Jehová, Dios severísimo, vengador y tremendo, que destruye con un diluvio de agua a casi todo el linaje humano, que pisotea a los pueblos en su ira, que arrasa y quema ciudades enteras con fuego del cielo, y que abre el seno de la tierra para que se trague a cuantos son rebeldes a su mandato.

Antoñito, que había hecho en su cabeza una especie de pasta filosófica, amasando al padre Taparelli con Augusto Comte, era además un wagnerista furibundo, aunque, la verdad ante todo, en jamás de los jamases había oído música de Wagner. En sus artículos llamaba a todas las cantantes divas, y a toda las obras spartitos. Era severísimo con los artistas cuando no le daban butaca.

Sin duda el P. Atanasio, que era su director espiritual, y, según hemos dicho, grave y severísimo, la amonestó o la reprendió, ora por el peligro a que se exponía o por la ocasión que daba a que la censurasen, si no había pecado, ora por el pecado mismo si, dejándose ella caer en la tentación, había cometido alguno.

Cotarelo, como historiador severísimo y veraz, tiene que dejarnos a media miel, sin decir como cierto lo que no está evidentemente demostrado, aunque se presuma y haya acerca de ello rastros e indicios. Siguiéndolos, voy a permitirme yo poner aquí algo muy importante de la vida de La Caramba, que el Sr.

En ella, más que en la riqueza, cifraba su dicha, y solía decir muy sinceramente: No temo el juicio de los demás. Temo el fallo severísimo de mi propia conciencia. No gustaba de parecer generoso, pero no era mezquino ni avaro.

Dios, como es natural, se quedó estupefacto ante tal embajada, y estuvo a punto de hacer un escarmiento severísimo; pero como es tan misericordioso, acabó por rendirse a las súplicas de los hombres. Yo, hijos míos les dijo , no quiero que padezcáis sinsabores por mi causa; pero, por otra parte, no quiero quitaros tampoco la inteligencia, porque que no tardaríais en pedírmela otra vez.

Vistió severísimo luto, hizo una vida retirada, y en los veinte años que se siguieron hasta el día en que empieza esta historia, no salió del castillo sino para dar solitarios paseos. En aquellos tiempos, las tierras todas del Rey de Castilla estaban llenas de discordias y alborotos. No había paz ni seguridad en parte alguna, sino robos, sangrientos combates, muertes y estragos.