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No me vengas con monadas; en Madrid los domingos son domingos como aquí, y en toda tierra de garbanzos, y los domingos se hicieron para descansar y ponerse camisa limpia los cristianos... Conque arriba, que me voy a afeitar... A las ocho la misa...

Hoy no quedan de las glorias del puchero sino los innobles garbanzos cocidos, capaces de indigestar á un elefante, el vil chorizo y el desvergonzado tocino, que ha perdido su importancia desde que los moros y judíos han aceptado las impiedades de la cocina y la bodega cristianas.

-Estéril o estil -respondió Pedro-, todo se sale allá. «Y digo que con esto que decía se hicieron su padre y sus amigos, que le daban crédito, muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: ''Sembrad este año cebada, no trigo; en éste podéis sembrar garbanzos y no cebada; el que viene será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota''.»

Como su padre, que el día que no le engaña uno le engañan dos». Guillermina, después de sacar varios bonos, como billetes de teatro, y dar a la infeliz familia los que necesitaba para proveerse de garbanzos, pan y carne por media semana, dijo que se marchaba. Pero Jacinta no se conformó con salir tan pronto.

La Estadística es un verdadero primor de ciencia, y a fin de que de ella formen pronto los profanos el concepto que merece, podemos definirla la ciencia que nos cuenta los bocados. Por esta ciencia se averigua cuánta harina, cuánta carne, cuántas judías y cuántos garbanzos se devoran al año; lo que se gasta en ropa y en calzado; lo que se produce y lo que se consume.

La tendera abrió la compuerta del mostrador, y manifestando servicialmente á la condesa que su casa, ella y su familia estaban á su disposición, la llevó á la trastienda. Siguió Santos á la condesa, y cuando quedaron solos entre sacos de garbanzos, castañas y judías, la condesa dijo al secretario del duque: ¿Os ha dado mi padre alguna orden?

Si de trecho en trecho se ven algunos pequeños viñedos, ó rebaños de ovejas casi insignificantes, apénas sirven para hacer resaltar mas, como excepciones, la monótona uniformidad de las inmensas plantaciones de trigo, cebada, judias, habas y garbanzos que cubren el terreno.

-Resolvámonos, cuerpo de -dijo Sancho-, y dígame finalmente lo que tiene, y déjese de discurrimientos, señor huésped. Dijo el ventero: -Lo que real y verdaderamente tengo son dos uñas de vaca que parecen manos de ternera, o dos manos de ternera que parecen uñas de vaca; están cocidas con sus garbanzos, cebollas y tocino, y la hora de ahora están diciendo: ¡Coméme! ¡Coméme!

Si ya le parecía a ella oírlo: «Miren esa, tan orgullosa y rígida, tapando el matute que la otra bribona ha introducido en su casa. Lo hará por la cuenta que le tiene. El padre de la criatura es hombre rico y habrá pagado bien el alijo». La idea de que pudieran decir esto hacía brotar de la frente augusta de la viuda gotas de sudor del tamaño de garbanzos.

Pero «un marino» en Santander, hasta hace muy pocos años, hasta que llegó á la clásica tierra de los garbanzos ese airecillo que aclimató la crinolina en Bezana y la cerveza en San Román, significaba otra cosa más concreta y determinada. «Un marino» significaba, precisamente, un joven de veinte á treinta años, con patillas á la catalana, tostado de rostro, cargado de espaldas, de andar tardo y oscilante, como buque entre dos mares, con chaquetón pardo abotonado, gorra azul con galón de oro y botón de ancla, corbata de seda negra al desgaire, botas de agua, mucha greña, y cada puño como una mandarria.