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¡Sin etiqueta, señores! exclamó Braulio, y se echó el primero con su propia cuchara. Sucedió a la sopa un cocido surtido de todas las sabrosas impertinencias de este engorrosísimo, aunque buen plato; cruza por aquí la carne; por allá la verdura; acá los garbanzos; allá el jamón; la gallina por la derecha; por medio el tocino; por la izquierda los embuchados de Extremadura.

Muy bien dijo Isidora con benevolencia, echando una mirada compasiva a los libros de cuentas . Todo está muy bien». Don José tuvo que salir a la calle dos veces más porque era preciso traer garbanzos, azúcar y huevos. Después volvió a salir porque no había sal, ni perejil, ni sopa. Trajo tapioca, y de camino tomó nota de diversas cosas que se pudieran adquirir... en buenas condiciones.

Esta carne, cuya crianza vigilaban, era para gentes desconocidas: ellos sólo la comían cuando caía alguna res, víctima de enfermedades hediondas que no permitían su conducción fraudulenta a las ciudades. El pan del cortijo que se endurecía días y días en el chozón, algún puñado de garbanzos o habichuelas y el aceite rancio del país, eran todo su alimento.

OTRO POTAJE DE GARBANZOS. Después de remojados, pónganse a cocer con el agua y la sal necesarios; cuando estén cocidos se machacan en el mortero unas yemas de huevo duro y unos garbanzos; se deslíe con caldo de los mismos y se compone con aceite frito y cebolla.

Así iba la hermandad siguiendo su obra meritoria y prestando señalados servicios, cuando un día de los comienzos de 1591 se presentó en la casa de la hermandad el veinticuatro don Juan Pérez de Guzmán y con dos ó tres alguaciles se apoderó por fuerza de cuanto allí había, llevándose cuarenta niños que á la sazón estaban recogidos y cargando con las camas, las mantas y demás menaje, así como con algún trigo, cebada, garbanzos y habas, que había sido adquirido por el administrador.

MIGAS DE CARLOS IV. En una Revista leemos cómo preparaba Godoy las migas a lo Carlos IV. De una hogaza de pan candeal se cortan migas del tamaño de garbanzos, se humedecen con leche, se les pone sal y se envuelven en un paño.

Y a too esto, don Fernando, unas monas sabias, tan feas y negras como su primo aquí presente; unas desgalichás, a las que he visto de pequeñas en los cortijos robando garbanzos y otras semillas; unas ratas vivarachas, sin más que el aquel gitano y unas desvergüenzas que ponen coloraos a los hombres. ¿Y eso es lo que les gusta a aquellos señorones? ¡Vamos, hombre, que hay para reír!...

La otra sólo tenía una fanega y cinco celemines; pero como allá en lo antiguo había estado el cementerio en aquel sitio, la tierra era muy generosa y producía los garbanzos más mantecosos y más gordos y tiernos que se comían en toda la provincia, y en cuya comparación eran balines los celebrados garbanzos de Alfarnate.

No vivió ni respiró más que para la obra de Tristán. Hasta puede decirse que no se alimentó siquiera. Su madre se hallaba profundamente contristada viéndole engullir los garbanzos del cocido como un perro de caza y renunciar generosamente a los cuatro higos pasos que indefectiblemente le ponía para postre. ¡Pero, hijo, no masticas!

Pitillos, señor, aunque sean de los de mataquintos. El hombre es humo, y en faltándole el humo, ya no es nada. Aquí tiénennos sin corbata, que es peor que no comer. Señor, las lentejas, y las judías y los garbanzos tienen coco. El queso está ratonado. Que lo sepa el excelentísimo señor Presidente de la Diputación. ¿Y carne? Pa agolerla.