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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Rendida de cansancio, Rufina no podía ya con su cuerpo: cuatro noches hacía que no se acostaba; pero su valeroso espíritu la sostenía siempre en pie, diligente y amorosa como una hermana de la caridad.

Si volvía a casa más tarde que yo, entraba y se acostaba con tal cautela, que nunca me despertó; si se retiraba más temprano, me aguardaba leyendo para que pudiese acostarme sin temor de hacer ruido. Por las mañanas nunca se despertaba hasta que me oía toser o moverme en la cama.

Los tres últimos días los pasamos en continuo sobresalto, y por la noche descansábamos un poco, porque yo la dejaba entre ocho y nueve con una asistenta que se acostaba en su propio cuarto, y una criada que quiero como una hija; hace ya más de veinte años que está en la casa y duerme en un cuartito junto a la alcoba; tanto Sofía como yo, nos levantábamos varias veces cada noche para ver cómo estaba y cómo seguía; siempre la encontrábamos esperanzada y jamás hablaba de su hijo; estoy segurísima de que ha obrado así sacrificándose.

¡Rodolfo no irá! prosiguió la anciana. ¡Bueno es él para levantarse tan temprano! Si quisieras, Rorró, irías con nosotras.... Yo no pierdo nunca esas misas; me gustan mucho, mucho. Me parece que soy muchacha. El abuelito nos levantaba tempranito. Con él íbamos todos, menos Carmen, porque siempre fué muy floja. ¡Ya se ve! ¡Se acostaba a las mil y quinientas! ¿Vas con nosotras?

Luego le hacía cosquillas, acostaba al gato con él, le retiraba las sábanas con la debida precaución para que no se enfriase. El sueño se cebaba de tal modo en aquel cuerpo, por las exigencias de la reparación orgánica, que el despertar del estudiante era obra de romanos y una de las cosas en que más energía y constancia desplegaba doña Lupe.

A las siete era la estación al Santísimo Sacramento, después el Rosario, los dolores y gozos de San José y el examen de conciencia de todo lo hecho durante el día: á las nueve la cena y á las diez se acostaba.

La madre, rendida por los largos paseos que se daba para ir casi diariamente a la Limosna, hacía de mala gana la cena en las primeras horas de la noche y se acostaba, ansiosa de madrugar y oír misa tempranito; de modo que, obligada Leocadia a soportar el trajín y los quehaceres de la casa, todo lo descuidaba.

¡Qué será un invierno pasado así, Dios mío! se decía una noche mientras se acostaba en busca del sueño, único amparo que hallaba en medio del aburrimiento que empezaba á perseguirle.

En todo tiempo se levantaba a las cuatro de la mañana para rezar maitines y oración por los agonizantes, tornando a acostarse hasta las nueve, que oía misa, rezada por su capellán; a las doce angelus, antes de almorzar; por la tarde lecturas piadosas, vísperas, cinco llagas, recepción de visitas honestas y paseo en coche; antes de comer un rato de meditación en la capilla, y después de la comida otro rosario, letanía, y recomendación del alma: a las nueve y media se acostaba.

Palabra del Dia

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