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Era un muchacho bueno, digno de ser feliz, ¡pero si fuera una a creer en todos los juramentos de desesperado!... Ese lo hizo tal como lo decía... ¡Qué loco! Y lo peor es que como él he encontrado otros en el mundo. Ya no dijo más. Rafael respetó su silencio.

En el semblante de mi amo, en la sublime cólera de Uriarte, en los juramentos de los marineros amigos de Marcial, conocí que estábamos perdidos, y la idea de la derrota angustió mi alma. La línea de la escuadra combinada se hallaba rota por varios puntos, y al orden imperfecto con que se había formado después de la vira en redondo sucedió el más terrible desorden.

Sentía vergüenza al recordar las palabras que había escrito en la tarde anterior, imitando la firmeza de los héroes wagnerianos. «Y cuando estemos alejados, ¿quién podrá separarnos?...» Un solo día había bastado para que olvidase sus juramentos.

Estaba una artesa en el suelo toda llena de vino, y allí se echaba de bruces el que quería hacer la razón: contentóme la penadilla. A dos veces no hubo hombre que conociese al otro. Empezaron pláticas de guerra; menudeábanse los juramentos; murieron de brindis a brindis veinte o treinta sin confesión.

Y no pienses, Sancho, que así a humo de pajas hago esto, que bien tengo a quien imitar en ello; que esto mesmo pasó, al pie de la letra, sobre el yelmo de Mambrino, que tan caro le costó a Sacripante. -Que al diablo vuestra merced tales juramentos, señor mío -replicó Sancho-; que son muy en daño de la salud y muy en perjuicio de la conciencia.

»Comprendí que iba a verme obligado a usar de mi revólver, y como Juancito me gritaba de lejos que siguiera, que me iba a comprometer, opté por aceptar su consejo y me alejé al galope, alcanzando a oírle juramentos y amenazas contra ti. ¿Por qué? ¿Qué ha pasadoQue doña Ramona lo ha dejado y se ha venido; pero, ¡qué animal!... No te decía yo, Melchor, que esto podría tener consecuencias.

Otros amantes, mientras más aman, se hacen más dignos del amor, porque el amor hermosea y sublima los espíritus; pero yo, amándote, me degradaba en vez de elevarme, porque pisoteaba juramentos y promesas, y no amándote, me degradaba también, porque recibía de ti inmensos e inestimables tesoros de cariño que no acertaba a pagar.

Empaquetado todo el mundo, se confunden en el aire los ladridos del perrito, la tos del fraile, el llanto de la criatura, las preguntas del francés, los chillidos del bambino, que arrea los caballos desde la ventanilla, los sollozos de la niña, los juramentos del militar, las palabras enseñadas del loro, y multitud de frases de despedida.

Así saldrá usted pronto de aquí; le perderé de vista, que bien lo necesito; porque usted, apreciable niño, ya iba resaltándome pesado con sus asiduidades de adorador y su muda admiración de pegajoso. Allá en Madrid se curará de tales tonterías... No me diga usted que no; no haga juramentos. ¡Si sabré lo que son los jóvenes! Usted es igual que todos.

Obligados al fin a separarse, los amantes aseguraron sus promesas, poniendo al cielo por testigo de sus juramentos santos, quedando María en aguardar y resistir, y don Lope en alcanzar de su padre y volver antes de mucho a poner fin a tantas inquietudes y aflicciones. Amaneció un día turbio y revuelto como ya del corazón del otoño, y don Lope disponía su viaje para aquella misma tarde.