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En cuanto a Enrique IV, mirábale después del descubrimiento de los manejos ingleses con prevención, y tras de la paz de Vervins como inútil y aun perjudicial á sus intereses . No era el Rey quien le llamara maestro de cuentos: la frase debía proceder de un ofendido ó de un chusco, á juzgar por la respuesta: «Que no es malo saber cuentos, pues que enseñan entreteniendo; que cuando el que le criticaba supiera muchos, sabría más que ignorándolosSin embargo, los cuentos ó las indiscreciones granjearon á Antonio Pérez enemigos mortales en las familias de Guisa y de Montpensier, sin contar los de menos altura.

¿Escuchó el Rey las súplicas? Si pudiera en algo darse crédito al mismo Pérez, Enrique tomó con grandísimo empeño su causa: los plenipotenciarios de Francia presentaron en Vervins la propuesta, respondiendo los de España, Richardot y Tassis, que Antonio Pérez no era emigrado político como el Duque de Aumale, sino fugitivo sentenciado por la Inquisición .

Quejándose el de Lerma de muchas cosas pasadas después de la paz de Vervins, en perjuicio de los juramentos solemnes de conservarla, y enumerándolas, dijo: «Que Antonio Pérez y otros españoles y portugueses se acogieron de muy poco acá á Francia, y que tal manera de vivir cría muy gran desconfianza entre los dos Reyes é impide una verdadera reconciliación tal cual está deseada

El nombre de éste figura en los protocolos por esta razón; el de Antonio Pérez no se menciona siquiera, y el hecho es que en la paz de Vervins, firmada el 2 de mayo de 1598, no se comprendió á ninguno de los dos . Dos incidentes derivados del descubrimiento de las inteligencias de Antonio merecen especial atención.

Después del tratado de paz de Vervins, son más escasas las noticias auténticas del Peregrino.

Antes de que se abrieran las negociaciones en Vervins, había ya escrito repetidamente al Rey se acordara de lo que le tenía ofrecido en el asiento, y pusiera, por tanto, en el tratado de paz un capítulo especial exigiendo la libertad de su mujer é hijos y la devolución de bienes; á la Princesa Catalina rogaba influyera con tesón en este resultado, y á Gabriela d'Estrées, Duquesa de Beaufort, íntima de Enrique IV, encomendaba el asunto expresado, «que en las grandes ocasiones se acude á los grandes santos