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Si había un poco de egoísmo en él, después lo veremos. Ya se marchaba, cuando Pascuala salió de la cocina asustada, y dijo: ¡El amo! No abras dijo Clara temerosa. Espera: escóndase usted. Pero Elías, que tenía llave, no necesitaba que le abrieran para entrar. No importa dijo el militar, que trataba de serenar á Clara. Coletilla abrió y entró. Venía cabizbajo y abstraído.

Otro venía calle arriba dando voces, para que abrieran paso a los embajadores que salían con el escudo atado al brazo izquierdo, y la flecha de punta a la tierra a pedir cautivos a los pueblos tributarios. En el quicio de su casa cantaba un carpintero, remendando con mucha habilidad una silla en figura de águila, que tenía caída la guarnición de oro y seda de la piel de venado del asiento.

Así, por satisfacer la vanidad de este hombre, os ruego se le complete la referida suma de cuatro mil escudosDe todos modos, empeoraban la situación crítica del proscripto el peso de su inutilidad, la humillación del descrédito, la necesidad apremiante de la subsistencia, instándole á redoblar las diligencias que le abrieran la puerta del destierro.

Hice la historia: revelé detalles atroces: todos los políticos y los periodistas se quedaron estupefactos. Estos políticos y estos periodistas he de advertirte que son una gente muy inocente: con un adarme de ingenio y otro de audacia se les asombra a todos. Por eso no es extraño que ante mi artículo abrieran espantados los ojos.

Antes de que se abrieran las negociaciones en Vervins, había ya escrito repetidamente al Rey se acordara de lo que le tenía ofrecido en el asiento, y pusiera, por tanto, en el tratado de paz un capítulo especial exigiendo la libertad de su mujer é hijos y la devolución de bienes; á la Princesa Catalina rogaba influyera con tesón en este resultado, y á Gabriela d'Estrées, Duquesa de Beaufort, íntima de Enrique IV, encomendaba el asunto expresado, «que en las grandes ocasiones se acude á los grandes santos

Miró en torno, como si esperase que se abrieran las tumbas, irguiéndose airados los cadáveres por tal profanación. Maltrana sonreía. ¡Tonta! ¿a qué tal miedo? Aquel sitio era lo mismo que otro; mejor aún, por su poesía silenciosa de jardín abandonado, propicio al amor. Ellos no hacían mas que repetir el eterno himno de la vida.

Pero si le abrieran, verían que la mujer soltera es más generosamente tratada que la que se encuentra bajo la potencia del marido. La primera goza de todos sus derechos en cuanto es mayor de edad; la segunda es una eterna menor. Pero dije cautivada por la demostración; entonces usted cree... Sin duda, sin duda replicó el cura.

Había recordado, como por inspiración, que ella había visto en Zaragoza a una mujer vestida de Nazareno, caminar descalza detrás de la urna de cristal que encerraba la imagen supina del Señor, y sin pensarlo más, había resuelto, se había jurado a misma caminar así, a la vista del pueblo entero, por todas las calles de Vetusta detrás de Jesús muerto, cerca de aquel Magistral que padecía también muerte de cruz, calumniado, despreciado por todos... y hasta por ella misma.... Y ya no había remedio, don Fermín, después de una oposición no muy obstinada, había accedido y aceptaba la prueba de fidelidad espiritual de Ana; doña Petronila, a quien ya no miraba como tercera repugnante de aventuras sacrílegas, se había ofrecido a preparar el traje y todos los pormenores del sacrificio... «¡Y ahora, cuando era llegado el día, cuando se acercaba la hora, se le ocurría a ella dudar, temer, desear que se abrieran las cataratas del cielo y se inundara el mundo para evitar el trance de la procesión!».

Un hombre mal intencionado podía ocultarse muy fácilmente... en el cuarto de mi doncella, por ejemplo, en el instante de disolverse la tertulia, cuando es menos notado cualquier movimiento y menos extraña la presencia de una persona; salir de su escondrijo en hora conveniente; hacer lo que se había propuesto, y aguardar en otro escondite a que los criados bajaran del sotabanco, abrieran las puertas, después de abierta la de la calle, y largarse a ella muy tranquilo. ¡Pues si la doncella estuviera de acuerdo con el ladrón!... ¡Qué espanto!

En seguida, y mientras quedaba el droguero como fascinado, con los ojos muy abiertos y la mano en el aire, volviose hacia la Esfinge; la hizo una elegante reverencia; y, sin acabar de enderezar el talle, salió por donde había entrado, acompañada de unos cuantos campanillazos que se oyeron, en virtud de otros tantos tirones que dio a un cordón la Esfinge desde su asiento, para que abrieran la puerta de la escalera; de un sin fin de excusas del complaciente Núñez, y de estas pocas palabras entre dientes, con que la droguera contestó al saludo.