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Actualizado: 17 de junio de 2025
Así, pues, tu marcharás y yo iré tras de ti; mientras tú cumples en Nápoles tu comisión, yo iré a aguardarte a Niza, adonde llegarás casi al mismo tiempo que yo, gracias al vapor. ¡Oh! ¡Qué hermosa invención es la del vapor! ¿verdad? Para mí, Fulton ha sido el hombre más grande de las edades modernas. » ¿Y cuándo debo partir? le pregunté.
No había encontrado á nadie; la verja y la puerta estaban abiertas. Ella, á su vez, también se excusó. Era domingo; Valeria, su acompañante, se había ido á Niza para almorzar con una familia amiga; su doncella y la mujer del hortelano estaban en misa; el viejo habría salido un momento para ver á sus amigos...
Su único adorno actual eran unos cuantos cestillos de juncos de colores tejidos en forma de tablero de ajedrez, con pompones de seda, amistoso recuerdo de los ignorados artistas que entretenían sus ocios en el retiro de Niza.
El pianista se había fugado á Niza, al salir del Casino, con sus amigos los ingleses, que jugaban al poker en el landó. Novoa estaba invitado á comer por un colega del Museo, y no volvería hasta media noche. Miguel recordó sus impresiones de la tarde.
Y el último personaje de esta estirpe de héroes mediterráneos que se perdía en los tiempos fabulosos era un marinero de Niza, simple y romántico, un guerrero de todos los mares y todos los continentes, llamado Garibaldi, tenor heroico que proyectaba sobre su siglo el reflejo de su camisa roja, repitiendo en la costa de Marsala la remota epopeya de los argonautas.
El administrador se impacientaba: pedía una contestación á Su Alteza sobre la venta de Villa-Sirena. No sé; déjame en paz... Lo mejor será que trate esto directamente. Iré mañana á Niza para arreglar mi viaje á París... Mañana no; pasado mañana. No pudo explicarse por qué concedió un día más á su inacción: fué un diferimiento maquinal, sin motivo alguno.
Tal vez iría á pasar la tarde con sus amigos de Mónaco; tal vez hiciese un pequeño viaje por el camino de Niza hasta Cap d'Ail ó Beaulieu. Era la confusión del señor que no sabe mentir. El príncipe quedó solo. Miró un rato el mar; luego cambió de ventana, contemplando sus jardines. Oprimió el botón de un timbre para que acudiese don Marcos.
Vió Miguel cómo se iba extendiendo una ola de gente al pie de las palmeras japonesas, junto al monumento de Massenet. Acababan de llegar varios tranvías de Niza. Todos los viajeros corrían, deseando penetrar cuanto antes en el abigarrado palacio, como si la fortuna les aguardase en los salones y pudiera huir de un momento á otro, cansada de esperar. Miró el reloj que coronaba la fachada. Las diez.
Me envió un telegrama desde Niza preguntando por tu salud a los tres días de la desgracia. Indudablemente se enteró por los periódicos. Han hablado de ti en todas partes, como si fueses un rey. El apoderado había contestado al telegrama, no sabiendo después nada de ella.
Aquí, en el Beau Séjour. ¿Todavía no había alquilado la villa? Sí, pero pasó algunas semanas en el hotel. ¿Dónde vivía en invierno? En Niza. ¿Entonces el año pasado ya no estaban juntos? No. Y ahora, ¿hacía poco tiempo que él había vuelto a unírsele? En estos últimos meses. Esa mujer, esa joven, ¿podría usted decirme quién es? Una compatriota y correligionaria suya.
Palabra del Dia
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