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Para todos los primos y primas trajo regalos: para ellos puros filipinos en abundancia; para ellas, o pañolones bordados, que llaman en mi tierra de espumilla y de Manila en Madrid, o abanicos chinescos de los más primorosos. Para D. Acisclo trajo armas japonesas, y para doña Luz un juego de ajedrez de marfil, prolijamente labrado.

Las calles de Munich producíanme un extraño efecto al salir de allí con los ojos deslumbrados por todos aquellos reflejos de laca y jade, por los chillones colores de los mapas geográficos, especialmente los días en que el coronel me había leído una de aquellas odas japonesas de una poesía casta, sublime, tan original como profunda.

Los pueblos de otras razas, donde se sabe poco de los europeos, peleaban por su cuenta o se hacían amigos, y se aprendían su arte especial unos de otros, de modo que se ve algo de pagoda hindú en todo lo de Asia, y hay picos como los de los palacios de Lahore en las casas japonesas, que parecen cosa de aire y de encanto, o casitas de jugar, con sus corredores de barandas finas y sus paredes de mimbre o de estera.

Bueno será que sepas una cosa, que sin duda no sabes, y es que las tortugas viven mil años: al menos las japonesas los viven. Urashima, que no lo ignoraba, dijo para : Un pez me sabrá tan bien para la comida y quizás mejor que la tortuga. ¿Para qué he de matar a este pobrecito animal y privarle de que viva aún novecientos noventa y nueve años? No, no quiero ser tan cruel.

Aquella línea azulada de los viajes que acababa de contemplar en las tazas japonesas, representando los rasgos de las nubes y el boceto de las aguas, la percibía en los azulados frescos de los muros. ¡Y esos soldados azules que se adiestraban en el manejo de las armas en las plazas, con sus cascos japoneses, y ese cielo despejado y tranquilo, azul como la flor del Vergiss-meinnicht, y ese cochero azul, que me conducía a la fonda de la Grappe-Bleue!

No quiso tampoco ser menos que Pepe Güeto y doña Manolita, dejando de hacer un presente. Sus medios no alcanzaban para comprar joyas, ni él las poseía; pero conservaba aún, a pesar del regalo hecho a D. Acisclo cuando vino de Filipinas, varias armas japonesas, chinescas e indias, con las cuales se podía formar una bella panoplia, y un extraño ídolo de bronce que representaba al dios Siva.

Morsamor se negó a todo, si bien más suplicante que enojado, y alegando con suavidad y dulzura que, en el extremo a que habían llegado, era ya más peligroso volver atrás que seguir adelante; que la misma razón había para suponer tierras intermedias siguiendo hacia el Oriente que dirigiéndose hacia cualquier otro punto; y que, si el mar que surcaban no era interminable, más cerca debían de estar ya del mundo de Colón que del puerto de que habían salido y hasta que de las costas japonesas.

Deslizándose sobre las rocas, introduciéndose en las cavernas, dormitando medio enterrada en la arena, toda la varia y tumultuosa nación de los crustáceos movía sus herramientas cortantes y tentaculares, hacía brillar sus armaduras japonesas, unas teñidas de rojo casi negro, como si guardasen la sangre seca de un lejano combate, otras de fresca escarlata, lo mismo que si reflejaran en su dureza los primeros fuegos de la aurora.

Los que llegan decía Castro entran corriendo: desean sentarse cuanto antes á las mesas de juego. Los que salen todo lo ven obscuro; y aunque el Casino fuese hermoso como el Partenón, lo tomarían por una cueva de ladrones. El príncipe miró á la derecha del edificio, donde quedaba visible una faja de mar cortada por varias palmeras japonesas de tronco estoposo y copa esférica.

Vió Miguel cómo se iba extendiendo una ola de gente al pie de las palmeras japonesas, junto al monumento de Massenet. Acababan de llegar varios tranvías de Niza. Todos los viajeros corrían, deseando penetrar cuanto antes en el abigarrado palacio, como si la fortuna les aguardase en los salones y pudiera huir de un momento á otro, cansada de esperar. Miró el reloj que coronaba la fachada. Las diez.