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El establecimiento de Gumersindo Arnaiz se vio amenazado de ruina, porque las tres o cuatro casas cuya especialidad era como una herencia o traspaso de la Compañía de Filipinas, no podían seguir monopolizando la pañolería y demás artes chinescas. Madrid se inundaba de género a precio más bajo que el de las facturas de D. Bonifacio Arnaiz, y era preciso realizar de cualquier modo.

Hasta que concluían por entregárselas, quedándose ambos arrobados mirándolas hacer castilletes, ayudándolas ellos mismos con grave atención, mientras la lluvia azotaba los cristales pintados de las ventanas chinescas y los maderos de haya chisporroteaban en la chimenea. Las niñas comían antes que la familia.

No faltaban allí las estampas chinescas en papel rojo representando á un hombre sentado, de aspecto venerable y pacífica y sonriente fisonomía, detrás del cual se levanta su servidor, feo, horroroso, diabólico, amenazador, armado de una lanza con ancha hoja cortante; los indios, unos lo llaman Mahoma, y otros Santiago, no sabemos por qué; los chinos tampoco dan una clara esplicacion de esta popular dualidad.

Luego el soberano gusto, el arte, mejor dicho, con que sabía adaptar el color y la forma del vestido al tono de sus carnes y a los cambios que en su naturaleza se operaban, daba primor y relieve a aquella adorable figura. Eso , toda la casa giraba en torno de ella. Como una diosa adorada y temida, movía a su talante todas las figuras humanas que cobijaban las torres chinescas.

No quiso tampoco ser menos que Pepe Güeto y doña Manolita, dejando de hacer un presente. Sus medios no alcanzaban para comprar joyas, ni él las poseía; pero conservaba aún, a pesar del regalo hecho a D. Acisclo cuando vino de Filipinas, varias armas japonesas, chinescas e indias, con las cuales se podía formar una bella panoplia, y un extraño ídolo de bronce que representaba al dios Siva.

Las señoras rieron, tapándose la cara con los abanicos. ¡Qué lengua, qué lengua tiene usted, Suárez! No me sirve más que para decir lo que es cierto. Las niñas de Madrid me hacen el efecto de sombras chinescas. En ustedes encuentro seres visibles, palpables... y hasta confortables. Marta observó que la bujía de un candelabro se estaba concluyendo y que iba a hacer estallar la arandela de cristal.

Nuestro hostelero, que era un buen hombre, mucho mejor que su hotel y sus alcobas de dormir, nos refirió algunos pormenores que nos dieron idea de la originalidad de aquellos bailes, mas parecidos á una escena de sombras chinescas que a otra cosa.

El vestido era negro, hábito de los Dolores, con una correa de charol muy ancha y escudo de plata chillón, ostentoso, en la manga, ceñida a la muñeca de gañán con presillas de abalorios. Estaba sentada delante de un escritorio de armario con figuras chinescas, doradas, incrustadas en la madera negra. Se levantó, abrazó a la Regenta y besó la mano del Magistral.

Estudiemos cuidadosamente todas las caras que se nos ofrecen en tropel; reparemos bien en todas las figuras que pasan por este gran lienzo de sombras chinescas, y no advertiremos generalmente ese aire de atencion íntima y afectuosa, propio del que dice: me esperan en mi casa; como á tal hora con mi familia.

La ópera El Profeta se ha ejecutado, no con esa liberalidad inspirada y espléndida del genio italiano; pero con una grande maestría, no sólo en la parte de canto, sino en el servicio de la escena y en las disposiciones dramáticas de los grupos. En cuanto al libreto, baste decir que es un drama francés: hábil, muy hábil; pero acompañado perfectamente de sombras chinescas.