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Actualizado: 29 de junio de 2025


Por dicha, los doce tomitos o cuadernitos que poseo, aunque impresos y pintados en Tokio, están en lengua inglesa, y son cuentos para niños, a fin de que los niños del Japón aprendan el inglés. Parece que estos cuentos, enteramente populares, están tomados palabra por palabra de boca de las niñeras japonesas; y debe de ser así porque la candidez de la narración lo deja ver a las claras.

Dos hojas japonesas, de esas que cortan una barra de hierro con igual facilidad que si se tratase de un espárrago, con tal de que sean manejadas por un brazo vigoroso.

Este es el objeto de la educación laica, de la educación de las escuelas sin Dios, aquí con las escuelas del gobierno como en aquel Colegio de la Beata Imelda, dirigido por los PP. Dominicos, bajo la norma de las ideas japonesas traducidas en leyes imperativas, situado en Taihoku, capital de Formosa.

Pendían de las paredes armas brillantes, indias, chinas y japonesas; colgaban del techo cinceladas lámparas de oro; se veían en torno jarrones, tibores y vasos, artísticamente esculpidos, de metales preciosos, de jaspes rarísimos, de antigua porcelana y de ataujía o menuda labor de pedrería, marfil, bronce y otras materias ricas.

Un pequeño arroyo bajaba en zigzag por las quebradas verdes del césped, formando remansos entre bambúes y palmeras japonesas, hasta desembocar en un lago minúsculo con bordes de follaje, tranquilo, gracioso, frágil, como uno de esos centros de mesa en los que el agua está representada por una lámina de cristal. Miguel se detuvo en lo alto de los jardines para contemplar de lejos el Casino.

Una escuela laica de dominicos Nada más que el ciego apasionamiento puede lanzar sobre las escuelas laicas una acusación como la que transcribimos y contra la cual los primeros en protestar serán seguramente los frailes dominicos en Filipinas cuya misión en Formosa tiene una escuela de niñas chinas y japonesas en la capital, Taihoku, que he visitado en mi viaje a dicha isla. El R. P. Fr.

Ahora todos los pueblos del mundo se conocen mejor y se visitan: y en cada pueblo hay su modo de fabricar, según haya frío o calor, o sean de una raza o de otra; pero lo que parece nuevo en las ciudades no es su manera de hacer casas, sino que en cada ciudad hay casas moras, y griegas, y góticas, y bizantinas, y japonesas, como si empezara el tiempo feliz en que los hombres se tratan como amigos, y se van juntando.

Veíase en ella una larga mesa de madera blanca, libros, manuscritos, anaqueles con colecciones, álbums encuadernados en brocato de seda; pendientes de la pared había armas japonesas, estampas, grandes mapas geográficos, y entre ese desbarajuste de viajes y de estudios, el coronel tendido sobre su cama, con sus largas barbas blancas sobre su pecho, y la pobrecilla sobrina llorando de rodillas en un rincón.

El concentraba su existencia en una sola habitación. Lubimoff chocó con arcones y armaduras, hizo vacilar dos enormes ánforas japonesas, se enganchó en los numerosos salientes de este profuso decorado de «estudio romántico» que había estado de moda veinticinco años antes.

Palabra del Dia

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