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Don Ramón, el jefe del escritorio, recordando sus antiguas aficiones, comparaba la bodega de embarque con la paleta de un pintor. Los vinos eran colores sueltos: pero llegaba el técnico, el encargado de las combinaciones, y cogiendo un poco de aquí y otro de allá, creaba el Madera, el Oporto, el Marsala, todos los vinos del mundo, imitados con arreglo a la petición del comprador.

Después de su aislamiento allá abajo en su patria, le parecía un paraíso aquel rincón del café lleno de humo, donde en trabajoso italiano, matizado de españolas interjecciones, podía hablar de Beethoven y del héroe de Marsala, y permanecía horas enteras en delicioso éxtasis, viendo a través de la densa atmósfera la camisa roja y las melenas rubias y canosas del gran Giuseppe mientras sus compañeros le relataban las hazañas del más novelesco de los caudillos.

Ahora fabricamos mejunjes, vinos de extranjería, el Madera, el Oporto, el Marsala, o imitamos el Tintillo de Rota y el Málaga. ¡Y para esto cría Dios los caldos de Jerez y da fuerza a nuestras viñas! ¡Para que neguemos nuestro nombre!... ¡Vamos, que siento un deseo de que la filoxera acabe con todo para no aguantar más falsificaciones y mentiras!... Montenegro conocía las manías del viejo.

Y el último personaje de esta estirpe de héroes mediterráneos que se perdía en los tiempos fabulosos era un marinero de Niza, simple y romántico, un guerrero de todos los mares y todos los continentes, llamado Garibaldi, tenor heroico que proyectaba sobre su siglo el reflejo de su camisa roja, repitiendo en la costa de Marsala la remota epopeya de los argonautas.

También me movió á partir hallarme con casi 15.000 hombres de guerra en el reino de Sicilia y sin dineros para pagallos, de que tocaba una buena parte al Visorrey de Nápoles, pues si se despidieran sin pagas, se habían de alojar á discreción y fuera darles en prenda el reino, y esto es cosa tan nueva y recia para Sicilia, demás de la escabrosidad de la gente, que, certísimo, sucedieran grandes desórdenes y alborotos, como ya en tiempo de mis predecesores en este cargo acaesció diversas veces, especialmente cuando el motín de randazo, pues siendo tanto menos gente, fué desorden tan notable, que tal pudiera suceder de invernar tanta más y de diversas naciones, sino que en lugar de conquistar se destruyera la casa propia, como ya lo consideró D. Hugo de Moncada cuando tuvo alojados 15.000 españoles en la Fariñana, isla despoblada, aunque no se hizo de manera que Marsala no lo sienta hasta agora.