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Actualizado: 15 de junio de 2025
Toledo recorría con el pensamiento la ondulante línea de localidades célebres asomándose al mar en la punta de los promontorios ó encogiéndose en la herradura de los pequeños golfos para recibir mejor la refracción del sol invernal enviada por las murallas rojas de los Alpes: Cannes, que le inspiraba respeto por su silenciosa distinción los tísicos y los valetudinarios ilustres sólo querían morir allí ; Antibes, con su puerto cuadrado y sus baluartes, que, según Atilio Castro, recordaba las marinas románticas pintadas por Vernet; Niza, la capital adonde convergía toda la gente para gastar su dinero, remedando la vida de París; la profunda bahía de Villafranca, refugio de acorazados; el Cap-Ferrat y su hermosa excrecencia de la punta de San Hospicio, antiguo refugio de piratas africanos: Beaulieu, con sus palacetes tunecinos habitados por multimillonarios norteamericanos de mesa siempre abierta, que habían invitado á almorzar muchas veces al coronel; Eze, el villorrio feudal agarrado tenazmente á una ladera de los Alpes y cayéndose en ruinas en torno de su cariado castillo, mientras abajo forman los tránsfugas un nuevo pueblo al borde del golfo que sus antecesores llamaban orgullosamente el Mar de Eze; Cap-d'Ail, que es como el atrio del principado inmediato; la roca de Mónaco, llevando sobre su lomo una ciudad amurallada; enfrente, el flamante Monte-Carlo; más allá, el Cap-Martin, de sombría vegetación, cerrado y señorial, último asilo de reyes destronados; y finalmente, tocando á Italia, el dulce Mentón, dominio de los ingleses, otro lugar de enfermos distinguidos, donde debe terminar sus días todo tísico que se respeta.
Tal vez iría á pasar la tarde con sus amigos de Mónaco; tal vez hiciese un pequeño viaje por el camino de Niza hasta Cap d'Ail ó Beaulieu. Era la confusión del señor que no sabe mentir. El príncipe quedó solo. Miró un rato el mar; luego cambió de ventana, contemplando sus jardines. Oprimió el botón de un timbre para que acudiese don Marcos.
Al lado de la duquesa tenia que compartir su gloria, contentándose con un jirón. Y fué á reunirse con los ingleses de Beaulieu, que deseaban conocerle de cerca y beber con él una botella de champaña, proclamándolo el fenómeno más interesante que habían encontrado en sus viajes. Alicia y el príncipe se dirigieron hacia el guardarropa.
Spadoni iba por el mundo después de su triunfo. Tal vez estaba en Beaulieu con sus nuevos amigos los ingleses. A Castro lo había encontrado Toledo entrando en el Hotel de París, donde vivía doña Clorinda. Sin duda almorzaban juntos para hablar de la ganancia de la duquesa. Atilio hasta había fingido no entender cuando el coronel le habló del suceso. ¡Envidias! Lubimoff se encogió de hombros.
Igualmente habían desaparecido otros jugadores célebres, como si no quisieran autorizar con su presencia esta fortuna absurda. Los únicos contrincantes serios eran unos ingleses residentes en Beaulieu, que tenían abajo sus automóviles.
Palabra del Dia
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