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Actualizado: 11 de julio de 2025
Mintió usted cuando reconoció ser el amante de su correligionaria; pero esa mentira, por lo menos, le fue casi arrancada por la esperanza de salvarla; mas ¿por qué ocultó usted los sentimientos que profesaba últimamente a la otra desgraciada?... El Príncipe temblaba: la Natzichet había dicho la verdad.
Descorazonado e impaciente, consideraba que sus economías valían bien un rayo de luz, y sólo dijo: «Hágase lo que ustedes quieran». Por la noche, Milagros fue a acompañar a su correligionaria en trapos. Esta, como no se habían visto desde la semana anterior, creía resuelto ya el problema financiero que puso a la marquesa tan angustiada en los últimos días de Junio. Francamente, yo también lo creí.
Aquí, en el Beau Séjour. ¿Todavía no había alquilado la villa? Sí, pero pasó algunas semanas en el hotel. ¿Dónde vivía en invierno? En Niza. ¿Entonces el año pasado ya no estaban juntos? No. Y ahora, ¿hacía poco tiempo que él había vuelto a unírsele? En estos últimos meses. Esa mujer, esa joven, ¿podría usted decirme quién es? Una compatriota y correligionaria suya.
¿Domicilio? Zurich. La joven contestaba con voz breve y tono seco casi sin oír las preguntas. ¿Cómo se encuentra usted en esta casa? Vine a hablar con Alejo Zakunine. ¿A hablarle de qué? De cosas que no interesan a la justicia. ¡O que la interesan mucho! La joven no contestó. ¿Es usted su correligionaria? Sí. ¿Vino usted a hablarle de asuntos políticos? Nuevo silencio.
A usted le toca contestar. ¿No es usted otra cosa que correligionaria del Príncipe? No comprendo. ¿Es usted también su querida? La joven miró a su interpelante con ojos inflamados, casi con expresión de ira, pero no dijo una palabra. ¿Tampoco a esto quiere usted contestar? Voy a hacerle otra pregunta: ¿Dónde estaba usted en el momento de la muerte de la Condesa? En el escritorio del Príncipe.
Palabra del Dia
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