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Actualizado: 18 de mayo de 2025


¡Adiós, Miguel! dijo Castro, con la convicción de que este saludo iba á ser algo más que una despedida momentánea. Adiós contestó el príncipe sin moverse. Cerca ya de la puerta, Atilio retrocedió. lo que significa mi negativa y lo que me toca hacer. Adiós otra vez. ¡Cree que si me pidieses otra cosa...!

Y el príncipe rió largamente, como si no se cansase de celebrar lo absurdo de tal suposición. Eso lo sabrás contestó Atilio . Lo que yo digo es que no podemos ser por mucho tiempo los enemigos de la mujer. Mira al coronel; es tu «chambelán», tu ayudante, el hombre que te obedece ciegamente. Pues hasta ese te abandona. Fíjate: siempre que puede, vive en el pabellón de la portería.

Y á continuación había pasado el tren de soldados ingleses como una nube de gritos y silbidos. Atilio Castro dejó que se perdiese en el túnel el último vagón, y dijo con una sonrisa algo irónica: Esos silbidos parecen un comentario á tu hermosa frase; pero no hagas caso de opiniones groseras.

Pero el príncipe interrumpió sus palabras con otro gesto de indiferencia, y Atilio se alejó, disimulando su emoción. Inmediatamente hizo su entrada don Marcos en el bar, como si hubiese estado aguardando al otro lado de la puerta la salida de Castro. Nunca le pareció al príncipe tan activo é inteligente su «chambelán». Todo está arreglado, marqués.

El pianista abrió los ojos con asombro; Castro se removió en su asiento; Novoa se quitó los lentes con un gesto maquinal de sorpresa, volviendo en seguida á montarlos en su nariz. Hubo otro silencio. Eso que propones dijo al fin Atilio sonriendo me recuerda una comedia de Shakespeare. ¡Nada de mujeres! Y el protagonista acaba por casarse.

Y como doña Clorinda era ahora adversaria implacable de Alicia, y Atilio admitía ciegamente las ideas y caprichos de «la Generala», una sorda animosidad empezó á surgir entre los dos hombres, que hasta entonces se habían tratado con amable indiferencia. ¡Las mujeres! murmuraba Toledo al observar este odio progresivo . Bien decía el príncipe...

Hablaba de un mundo desconocido para él. Spadoni, con los ojos vagos, pensaba en algo distante mientras sorbía su café. Ya lo sabes, Atilio continuó Lubimoff : ¡nada de mujeres!... Así llevaremos la gran vida. La mañana libre; sólo nos veremos á la hora del almuerzo. Abajo, en nuestro puertecito, quedan varios botes. Pescaremos á las horas de sol, remaremos.

Los hombres como yo son para ella una especie de figurantes alquilados para animar los salones, los casinos, los balnearios, para sostener la conversación y ser galantes con las damas; pero no le interesan. Me lo ha dicho esta tarde, una vez más. ¿Y á ti te duele su opinión? dijo el príncipe. Calló Atilio, como si pesase sus palabras antes de hablar.

¿Sabes por qué parezco más joven de lo que soy? continuó Atilio, cada vez más exaltado . ¿Sabes por qué seré joven cuando otros de mi edad serán ya viejos?... Me finjo irónico, parezco escéptico, pero poseo un secreto, el secreto de la eterna juventud, que guardo para ... Puedo revelártelo.

Atilio y Lewis también le habían buscado muchas veces. Miguel estaba seguro de que era amigo de la duquesa de Delille, y en más de una ocasión habría visto sus lágrimas. Facilitaba dinero al cinco por ciento... cada veinticuatro horas, y entretenía sus ocios estudiando de lejos á los recién llegados, por si se ofrecían como nuevos clientes.

Palabra del Dia

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