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Actualizado: 18 de junio de 2025
El automóvil y el collar de perlas llevan hechas más víctimas que las guerras de Napoleón decía Atilio. Eran estas dos cosas como el uniforme de gala de la mujer, y las que carecían de ellas se juzgaban infelices y maltratadas por la suerte. Su doble imagen turbaba las ilusiones de las vírgenes y la fidelidad de las esposas.
Atilio Castro era un compatriota, un español que había pasado la mayor parte de su existencia fuera de su país. Trataba al príncipe con gran confianza y hasta le tuteaba, á causa de un parentesco lejano. El coronel tenía una vaga idea de que había sido cónsul en alguna parte, pero por breve tiempo. Continuamente le hacía objeto de sus burlas, que él tardaba en descubrir.
Spadoni iba por el mundo después de su triunfo. Tal vez estaba en Beaulieu con sus nuevos amigos los ingleses. A Castro lo había encontrado Toledo entrando en el Hotel de París, donde vivía doña Clorinda. Sin duda almorzaban juntos para hablar de la ganancia de la duquesa. Atilio hasta había fingido no entender cuando el coronel le habló del suceso. ¡Envidias! Lubimoff se encogió de hombros.
Y tú, Atilio dijo con tono de reproche , te emocionas por esa especie de virago de voz suave... Tú crees en el amor como un colegial. Castro adoptó un tono fríamente agresivo. De él podía decir el príncipe lo que quisiera; ¡pero llamar virago á la otra!... ¿con qué derecho? Ocultó, sin embargo, la verdadera causa de su enfado, fingiéndose herido por la alusión á su credulidad.
Los dos reconocieron á Atilio Castro, viendo cómo se saludaban él y «la Generala», cómo seguían juntos su paseo, tan ocupados en contemplarse mutuamente, que no fijaron su atención en el carruaje. Miguel sonrió. El allí, al lado de Alicia, que le hacía cometer toda clase de extravagancias; el otro esperando con una emoción de adolescente la llegada de doña Clorinda. ¡Pobres enemigos de la mujer!
Novoa hizo un movimiento de asombro al oir esto. Así es continuó Atilio . Disfruta de una casa magnífica, á cambio de guardar una tumba. ¡Oh, señor profesor!... No le haga caso gimió el músico con una expresión de víctima. Pero á todas estas ventajas siguió diciendo Castro une un terrible inconveniente: es más jugador que yo. En el Casino tiene un mote: «el señor del 5». No juega otro número.
Si entran aquí mujeres de nuestro mundo, se acabó la paz. Me buscarán á mí por curiosidad y por codicia, pensando en mi historia y mi fortuna; os perturbarán entablando rivalidades entre vosotros; será imposible la vida que yo deseo... Además, somos pobres. Atilio protestó sonriendo: «¡Oh! ¡pobres!» Pobres para hacer las locuras de antes continuó el príncipe ; y para el amor se necesita dinero.
Don Marcos lanzó una exclamación de asombro y de reproche. Tenía su opinión formada desde mucho antes sobre el tal personaje. ¡Un demente!... No podía olvidar su breve diálogo una tarde en el Casino, después que Atilio los presentó á los dos. Al conocer la nacionalidad de Toledo había hecho grandes elogios de su país. ¡Oh, España! ¡Su lengua interesante!
El príncipe no podía adivinar esta animadversión de sus dos amigos, pues nunca, en su presencia, abandonaban las formas corteses. Además, ocupado en sus propios pensamientos, no se dió cuenta de que el profesor se había vuelto algo pendenciero, excitado sin duda por la hostilidad de Atilio.
Al bajar del tranvía, en Monte-Carlo, dejó á su izquierda el Casino, para seguir por los bulevares altos. Iba primeramente en busca de Spadoni, por ser el que habitaba más cerca. Además, éste debía saber el paradero de Atilio mejor que Novoa. Tal vez vivían juntos. Conocía vagamente su domicilio por las burlas de Castro. El pianista era «guardián de una tumba» sobre el barranco de Santa Devota.
Palabra del Dia
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