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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Era una combinación sencilla, como todas las cosas geniales. Por ejemplo... Y tendió su mano hacia una baraja que estaba en una mesa, sobre unos cuantos volúmenes encuadernados en rojo: las nueve sinfonías de Beethoven. ¡Ah, no!... El príncipe le contuvo con brusquedad, para que no se entregase á su manía demostrativa. Yo esperaba encontrar aquí á Atilio dijo luego suavemente.

Había abandonado el brazo del asiento y estaba de pie frente al príncipe. Esto hizo un gesto de cansancio. Le aburrían las palabras de Atilio, aquella historia infantil del tren, del soldado rojo y de la invitación insolente. Eso sólo podía conmover á doña Clorinda; él tenía asuntos mas inmediatos en que pensar. Ya que se negaba á servirle, podía dejarlo solo.

Después de seguir por segunda vez á Garibaldi en la guerra de 1870, batiéndose contra los prusianos en Dijón, el movimiento insurreccional de la Commune le atrajo á París. Creo que lo hicieron general decía Atilio . En aquella mascarada trágica debió sufrir mucho. Lo cierto es que lo fusilaron las tropas del gobierno y nadie sabe dónde fué enterrado.

Era absurdo ganar de tal modo jugando tan mal. Debe tener oculto en sus faldas el rosario del conde dijo Atilio con gravedad. Quedó Lewis perplejo, como si tomase en serio estas palabras. Después se ruborizó, con una corrección británica, al acordarse de los extraños adornos del rosario de su amigo.

Atilio Castro, que se burlaba del coronel, estando siempre en desacuerdo con sus opiniones, parecía impresionado por tal prodigio histórico. Estos ya no son sus tiempos, don Marcos. Vamos á ver cosas muy nuevas. América, que hace un siglo era una simple colonia de Europa, tal vez la proteja ahora y la salve.

En realidad, había visto lo mismo que Atilio: grandes ganancias seguidas de pérdidas mayores; pero experimentaba la necesidad de lo maravilloso, y estaba dispuesto á creerlo todo de antemano. Tenía el alma del fanático, que cuando le cuentan un milagro afirma á los pocos días con sinceridad: «Yo lo vi con mis ojos

Este abuelo había sido casado con una tía del general Saldaña; y aunque Atilio no alcanzó á conocerle, hablaba con frecuencia de él como de un personaje curioso que le inspiraba cierto orgullo ó amargas ironías, según el estado de su ánimo. Era un hombre de belicoso humor y sombríos entusiasmos, que había acabado de dilapidar la fortuna de la familia, ya quebrantada por los antecesores.

A pesar de que en Villa-Sirena cada uno se preocupaba de sus propios asuntos, mostrándose distraído en sus relaciones con los otros huéspedes, el mal humor de Atilio iba haciendo penosa la vida común. Toledo presentía el motivo de esta conducta. Doña Clorinda le trataba mal indudablemente, y él, á su vez, se vengaba de sus humillaciones y disgustos mostrándose áspero ó irónico con los amigos.

Cuando levanta los ojos ve á Toledo que se acerca, pero solo, con cierta confusión, temiendo por adelantado la cólera del príncipe. Este, que se siente bondadoso y tolerante después de sus violencias en la escalinata, adivina lo que va á decirle. No ha encontrado á Castro. Y le absuelve con una sonrisa benévola. El coronel habla: Marqués: don Atilio no quiere.

Era una avenida de laureles y cipreses, con bancos curvos de mármol, y teniendo por fondo una columnata en semicírculo. A me hubiese gustado plantar palmeras, muchas palmeras, de Africa, del Japón y del Brasil, como las que hay en los jardines del Casino. Pero el príncipe y don Atilio las aborrecen.

Palabra del Dia

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