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Claro está que este hombre es D. Emilio Castelar, el Víctor Hugo de la cátedra y de la tribuna. En segundo lugar me consuela la consideración de que, si yo rebajo a Shakspeare, siempre le dejaré bastante alto para los españoles, poniéndole, como le pongo, ya que no a la altura de Cervantes, al nivel de Calderon, y casi hombreándose con Lope.

Esta asignación se les rebajó a ambos religiosos, señalando a cada uno 200 pesos por real cédula de 5 de octubre de 1778.

Porque si usted es chalán también yo soy chalana. Jacinta discurría ya cómo se las compondría para juntar los mil duros, que al principio le parecieron suma muy grande, después pequeña, y así estuvo un rato apreciando con diversos criterios de cantidad la cifra. «Que no rebajo ni tanto así. Lo mismo me da monea metálica que pápiros del Banco. Pero ojo al guarismo, que no rebajo na».

Yo no lo niego, yo no pretendo quitarle su mérito... Si a me gusta, si quisiera parecerme a ella en algunas cosas, en otras no, porque ella será para usted todo lo santa que se quiera, pero está por debajo de en una cosa: no tiene hijos, y cuando tocan a tener hijos, no me rebajo a ella, y levanto mi cabeza, señora... Y no los tendrá ya, porque está probado, y por lo que hace a que yo los puedo tener, también muy probado está.

Si yo cedo a su amor de Vd., me humillo y me rebajo.

Yo las venero. Si pusieran de dos en dos sus vacas y ovejas, de seguro que llegarían de aquí a Buenos Aires; si colocasen en fila las gavillas de trigo que cosechan al año, podría formarse con ellas un cinturón que abarcase el globo terráqueo. Ojeda acogía con sonrisas estas hipérboles, y su amigo pareció amoscarse. señor; así es, y no rebajo nada.

El muchacho observó en los ojos de Isidora una lágrima, más bien que del sentimiento, nacida del despecho, y le dijo: «¿Por qué lloras? ¿Por lo que ha dicho esa tía bruja? ¡Gente ordinaria!... murmuró Isidora. ¿Por qué no le contestaste? dijo Mariano con extraña rudeza. No me rebajo yo a tanto. ¡Puño!». Mariano dio un puñetazo sobre su propia rodilla.

De los puertos de esta costa... Dios sabe de cuál de ellos... Porque ¡cuidado que es línea larga, eh?... Vete pasando la vista sobre ella de extremo a extremo... Lo menos cuarenta leguas. ¡Jezú! Y no rebajo una pulgada, señora rondeña... Y a propósito, ¿para cuándo deja usted el morirse? ¿Por qué no se ha muerto ya? ¿De qué, zeñó? De asombro.

Poco a poco pasó del estado de tolerancia al de protección: primero se rebajó hasta dar algunos consejos a la montañesa, después le dio un pellizco. Se animó aquello. Colás, ponte a la disposición de esas señoras dijo Pedro con voz solemne. Porque el mandato de la Marquesa no había bastado; el pinche obedecía a Pedro y Pedro a su deber.

Pero no podemos abrir este cofre dijo el joven. Si no le abrís vos, le abrirá la Inquisición. ¡Ah! Francisco Montiño desnudó su daga, despegó de un solo corte y de una manera nerviosa el papel. Debajo de él, en un rebajo del arca, encontró una llave. ¡Ah! todo estaba previsto dijo el cocinero del rey . Abramos. A vos dejo la responsabilidad de este hecho dijo Juan.