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No tengo yo la culpa si ha muerto el verdugo de Cádiz... Vengan diez duros más, y entonces hablaremos. EL SACERDOTE. ¡Qué horror, Dios mío! Vaya, no sea usted... EL VERDUGO. No rebajo ni un real... EL VERDUGO. Compadre, ¿acaso mato yo sus animales? Cada cual a lo suyo. Venga ese cuchillo. LA MULTITUD. ¡Bravo! ¡muera el hereje! EL GITANO. Creí que esto era más doloroso.

Las señoras Micaelas me desbastaron, y mi marido y doña Lupe me pasaron la piedra pómez, sacándome un poco de lustre. ¿Por qué no nos habíamos de tratar, olvidando aquellas bromas que nos dijimos?... Esto en el caso de que sea honrada, porque si no, no me rebajo. Cada una tiene su aquel de honradez».

Mirose en el espejo de un mesón, y desagradole en extremo el color de su nariz. A decir verdad, parecía un sabañón mal colocado. Consolose pensando que un buen fuego le devolvería su figura natural, y, en efecto, el calor se la descongestionó y rebajó su color durante algunos momentos.

Procuró antes que todo asegurar su paz interior, tranquilizarla. Llamó al divan á los principales ciudadanos, abjuró en favor de este senado el poder absoluto de que gozaba como gefe supremo del Imperio, redújose de califa que era á ser el presidente de una aristocracia. Proscribió de el lujo, disminuyó el ejército, rebajó cuanto pudo los enormes gastos del Tesoro.

Me dolería haberla molestado con este rasgo de franqueza, y la suplico que me perdone si he tenido esa desgracia; pero conste que no rebajo una tilde de lo dicho, porque yo no falto a la verdad por ningún respeto humano.

ELECTRA. Dime primero una gran verdad. MÁXIMO. Que te adoro. ELECTRA. ¡Falso, traidor! Toma esta rosa que he cogido para ti. Es pequeñita y modesta. Así quisiera ser siempre para ti tu chiquilla. ELECTRA. Aumenta corazón y rebaja inteligencia. MÁXIMO. No rebajo nada. ELECTRA. ¿Sabes?

Después quiso llamar a Carmen, una de las doncellas, para que le ayudase a estirar las sábanas, pero Ricardo le preguntó tímidamente: Oye, chica, ¿no serviría yo para eso? ¡Oh! Si quisieras... ¡Pues no había de querer!... Oro molido que fuese, preciosa... dispones de como reina y señora... No será tanto. No rebajo nada..., puedes ponerme a prueba.

Rebajó a un real la soldada de dos reales que percibían los voluntarios, y empezó a combatir con gran fortuna. Dictó aquellas célebres disposiciones que tan extraordinario vigor infundieron a las armas carlistas, y en todo mostró ser insigne guerrillero, digno sucesor de los Viriatos, Empecinados y Merinos, con más saber militar que todos ellos.

me responde con una sonrisa que da lástima; me rebajo ante Dios, ante mis propios ojos, y ante los ojos de usted... me hago esclava suya, cosa suya... y con esto, lo engaño, sin embargo... Quizá no pueda usted soportarme...

Esta curiosidad me quema la sangre... Flojilla diferencia va de una cosa a otra... Si pecó, todo varía en , y no me rebajo yo a pedirle perdón; pero si no faltó... ¡ay!, la dichosa mona me tiene debajo de su pie como tiene San Miguel al diablo». De aquí pasaba a otro eslabón de ideas: «Y ahora estamos las dos de un color. A ninguna de las dos nos quiere.