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La señora de Aymaret se interrumpió; Beatriz, cubierto el rostro de palidez mortal, la miraba con aterradora fijeza... débil contorsión plegó sus labios, apoyó la espalda contra los arrayanes, pero sus rodillas se doblaron y cayó desplomada.

Como la vizcondesa le manifestase su admiración: ¡Magnífico! exclamó el artista alegremente . Repite usted lo que Pedro me decía hace un momento, y cuando sus apreciaciones de usted coinciden con las de aquél, hay motivo para estar contento. ¿Está aquí Pierrepont? , da con Beatriz una vuelta por el parque... me parece que han ido a la avenida de los arrayanes... ya usted sabe el camino.

En cambio, desde las ventanas altas del caserón se contemplaba el aliñado verjel de don Alonso, con sus estanques repletos, sus senderos limpios y sus alheñas y arrayanes recortados graciosamente como en los jardines de Italia. Distinguíanse, asimismo, los famosos parapetos imaginados por el hidalgo, y cuyos mosaicos de piedrecitas blancas, negras y coloradas figuraban fábulas de Ovidio.

Amo tambien los monumentos en que está condensada la historia de los siglos: ¿dónde encontraré este alcázar cuya riqueza deslumbra aun al través del polvo que la cubre? ¿esas misteriosas galerías en que á la luz de la tarde se cree ver diseñadas las sombras de gallardas moras? ¿esos salones pintados de oro en que la imaginacion evoca la brillante corte de los antiguos reyes y los sangrientos espectros de los abencerrages muertos á traicion por la mano del verdugo? ¿esos patios encantados cuyos arrayanes plantados á las orillas de sus estanques salpica el agua de una que otra fuente?

La escolta entre la cual va como preso, aunque satisfecho el menguado, no obedece mas voluntad que la del déspota Almanzor, y cuando le haya dejado solazarse unas cuantas horas entre los arrayanes y cipreses de la quinta regia, adonde ahora le conduce, volverá á depositarlo en su alcázar, como se deposita en su joyero una rica insignia de que se ha hecho el uso oportuno en una pública ceremonia.

A poco sale al zaguan, apoyada en dos mugeres, con la frente inclinada al suelo y sollozando amargamente, precedida de dos jóvenes de semblante ceñudo, hermanos suyos, una esbelta Kinserita, toda velada de la cabeza al pié: al colocarla en un camello vuelve los ojos llenos de lágrimas á los arrayanes y cipreses que se descubren por entre los arcos del patio que acaba de atravesar, y esclama: ¡Adios para siempre, objetos queridos que me acompañásteis en un breve sueño de felicidad ya disipado! ¿Adónde vas, jóven hermosa, ayer tan feliz y hoy tan afligida? ¡Me han repudiado! ¡Te han repudiado, y no hace un año se cubria de rosas y de mirto el suelo de esa morada para recibirte, y resonaban los adufes alzando las mugeres tu nombre en gritos de alegría hasta las nubes! ¡Ah! bien lo recuerdo: encendidas mas que aquellas rosas estaban mis megillas cuando al pedirme para ese gallardo jeque, á quien yo secretamente amaba, me dijeron mis testigos: el noble walí de Jaen te ha pedido para esposa y te de acidaque presente una gran riqueza.

Y la dejó en la avenida de los arrayanes marchando al taller en busca de Pedro. Tenemos todavía dijo a éste , como una media hora antes que pase el tren... ¿Quiere usted que vayamos a esperarlo a la estación de Meudon a guisa de paseo? ¡Qué idilio! respondió alegremente el marqués levantando los ojos al cielo.

La vista abarca todas las faldas de la Sierra, cuyas crestas coronadas de nieve brillan magníficamente; reposa con placer sobre los hermosos bosques y prados del inmenso parque, y se deleita en la contemplacion de los lindos jardines y las espléndidas alamedas que circuyen la casa del Príncipe, como de los suntuosos patios y terrazas del pié del palacio, cuyas fuentes arrojan graciosamente sus aguas saltadoras entre grupos de arrayanes artísticamente cultivados.

Dejaron el taller y se dirigieron a esa avenida de los arrayanes de que tanto hemos hablado en el curso de nuestra narración. Recordará tal vez el lector que en uno de los extremos de la citada avenida existía una plancha de tiro: en frente, al lado opuesto, había un asiento rústico empotrado en la pared.

»Para ellos claustros lóbregos y silenciosos, para nosotros las cristalinas fuentes y verdes arrayanes de los jardines; para ellos la vida triste y recelosa del castillo, llena de privaciones; para nosotros la existencia risueña y tranquila de la academia; para ellos la intolerante y suspicaz tiranía; para nosotros la monarquía clemente y paternal; para ellos la ignorancia popular; para nosotros la instruccion, pública y gratuita; para ellos los yermos, el celibato, el sacrificio, el martirio voluntario; para nosotros los campos fértiles, el amor, la fraternidad, la bienandanza, las comodidades y deleites; para ellos los penosos preceptos de la Iglesia, las enconadas disputas de los concilios; para nosotros los fáciles mandatos de la Sunnah y los entretenidos certámenes de los sabios y poetas.