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Actualizado: 11 de mayo de 2025


He aquí el caso continuó Pierrepont, mientras las señoras escuchaban con verdadero estupor . Todo el mundo se ocupa del retrato de miss Nicholson que Fabrice acaba de terminar... una obra maestra según dicen... la baronesa Grèbe está encaprichada de tener uno también... pintado por la mano del grande artista... pero según parece... está recargado de trabajo... rehusa clientela... hay que aguardar turno... hacer antesala... y yo quisiera uno... un retrato... de la mujer de mi joven amigo... por intermedio, repito, de la señora Fabrice.

Amado mío replicó con cierta dulzura la baronesa, en quien el firme y serio acento de Pierrepont causó efecto , esos sentimientos te hacen honor ciertamente... si tantas prevenciones guardas contra las jóvenes del día, bien puedes ir pensando en renunciar al matrimonio... porque, dime, ¿en qué parte del mundo vas a encontrar una señorita que no sea un puro misterio?

Pierrepont, cuya actitud revelaba una especie de descuido y desaliento, se preparaba a hacer sus tres últimos disparos; montaba su pistola, cuando un ligero rumor le hizo volver la cabeza y sus ojos encontraron los ojos de Beatriz, fijos en él con una expresión tal que aquella mirada penetró hasta sus huesos.

También era exacto que el marqués de Pierrepont estaba de regreso en Francia hacía algunas semanas, pero no hizo más que pasar a uña de caballo por París, para presentarse en los Genets a su tía, impacientísima ya por su larga ausencia.

Precisamente añadió Pierrepont , tienes una hija... yo también puedo tener otra, tal vez un hijo, y ésos son afectos, distracciones que hacen olvidar a un hombre el eterno femenino: digo más: pueden revestir de cierto prestigio la edad madura de la vida... Es hermoso ver a un padre todavía joven llevando a sus hijos de la mano a paseo... ¡Bueno! qué quieres, vas a admirar mi candor... pero... pero siento como un vago deseo de amar siquiera una vez en la vida a una mujer honrada.

La señora de Aymaret había recibido el día antes la carta que él dirigía a Fabrice. Iba abierta; leyóla la vizcondesa y quedó satisfecha de su contenido; pero decidió no entregarla al pintor sino el día que pudiera participarle al mismo tiempo las bodas de Pierrepont, esperando que así el artista sería más accesible a sus ruegos.

La verdad era que las relaciones de Pedro con la mujer del pintor tomaban de día en día, merced a las facilidades del taller, un aire de intimidad que no entró en las previsiones de la vizcondesa y que comenzaba a preocuparla seriamente. Los recíprocos procederes de Pierrepont y Beatriz ofrecían ciertos síntomas acerca de los cuales nunca se engaña el fino olfato femenino.

Bueno... habla, mas sea lo que sea aquello que vas a decirme, no alteraré en un punto mi resolución... Entonces, te encuentras decidida a causar la desdicha de un dignísimo caballero... Me refiero al marqués de Pierrepont, quien denodadamente pide tu mano. Beatriz clavó en los ojos de su amiga una mirada fija, extraña, sombría, mezcla de sorpresa y desvarío. ¡Dios mío! balbució en sorda voz.

¡Ah! ¿cuál de los dos es más fuerte? Pierrepont hizo un gesto de incertidumbre. Ahora vamos a verlo respondió sonriendo. Fabrice colocó en el banco, al lado de ella, la caja de caoba y un paquete de cartuchos. Las armas de que iban a servirse eran pistolas Flobert, de gran calibre.

Contábanse en desdoro de Pierrepont otras imprudentes excentricidades del mismo jaez que no hace al caso precisar aquí, y que sin herir por incurable manera el honor de aquél, levantaban en torno de su nombre, hasta entonces tan respetado, ciertos lamentables rumores de desestimación.

Palabra del Dia

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