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Además, se deslizaba en silencio bajo arcos de verdura apenas interrumpidos lo bastante para que el sol dejara pasar tal cual dorado, tembloroso rayo. Después de un momento de silencio, Pierrepont interpeló bruscamente a su compañera en ese tono, medio serio, medio irónico, que era de uso entre ellos. ¡Señora de Aymaret! ¡Mi querido amigo! ¿Sabe usted que quieren casarme? ¡Es natural!

Cuando Pierrepont abandonó el castillo de los Genets en las circunstancias que acabamos de describir, hacía ya más de doce días que Fabrice también se hallaba de vuelta en París, súbitamente llamado por una indisposición de su hija Marcela, indisposición que dio cierto cuidado a las Hermanas de Auteuil, en cuyo instituto educábase la niña.

Después, al momento que la vio entrar, corrió la mujer del pintor al encuentro de su amiga preguntándole con grande inquietud: ¿Qué hay?.... ¿qué ocurre? Hay en primer lugar que te traigo las excusas del marqués de Pierrepont, y además la seguridad de que en adelante no nos hará sonrojar la amistad que le profesamos.

Fabrice notó que aquella parte más penosa en las funciones de la lectriz las prevenía Pierrepont con el mayor cuidado; él era quien se levantaba para acercar el taburete, colocar un cojín, abrir una ventana, llamar un criado, desviviéndose, en fin, por satisfacer los caprichos sin número de una anciana señora enfermiza, nerviosa, y de un tan imperioso, cuanto superlativo egoísmo.

Nada diremos por el pronto del efecto que causaron en el ánimo de Pierrepont las noticias que de Francia llegaban acerca de los acontecimientos que venimos narrando.

Testigo Pierrepont del vivo descontento que causaba a su tía paréntesis tal, le sugirió la idea de apresurar la vuelta del pintor a los Genets haciéndolo acompañar de la enfermita, quien con los puros aires del campo lograría más pronto restablecimiento.

Debemos decir en justicia que nunca Beatriz, una vez consumada la ruina de su familia, había alimentado esperanza alguna de ver un día compartidos sus sentimientos con el marqués, y sancionados por el matrimonio, advirtiéndole su razón distintamente cómo Pierrepont estaba para siempre perdido para ella y que sólo a milagro pudiera deber el verlo su marido; pero en fin, en tanto que Pedro continuase soltero podía tal vez el Cielo operar el prodigio... y este blando ensueño le daba la vida... más ahora... ¡Oh, ahora!... La dulce quimera habíase para siempre desvanecido.

Era, sin embargo, tan elevado el temple de carácter de Beatriz, que ni un momento pasó por su mente la idea de ceder a la tentación, abusando de la vulgar ceguera de su marido; persistió, pues, en la conducta que de antemano se había trazado al prever, más o menos tarde, la vuelta de Pierrepont, y fue para ella tanto menor dificultad tenerlo a distancia, cuanto que Pedro procuraba, por su parte, altivo y desdeñoso, mantenerse lejos de Beatriz, prefiriendo los reproches del marido al desprecio de la mujer.

Querido decía Julio algunos días después en tono confidencial a su amigo Pierrepont , sabes que si yo soy fin de siglo, ¡mi mujer lo es aún más que yo! Me admiras, Julio respondió Pierrepont. EL PALCO DEL TEATRO FRANC

Nunca habían existido entre Pierrepont y aquel ejemplar, a quien Pedro encontraba de continuo en el taller de Fabrice, grandes simpatías, por cuya razón ponía Calvat esmeradísimo empeño en poner de relieve, sobre todo delante de Beatriz, a fin de mortificarla, las calaveradas del marqués, adivinando las secretas solidaridades de ésta con un hombre nacido en su misma clase social.