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Pues bien: usted sabe o no sabe que Beatriz trataba muy lindamente la acuarela antes de sus desgracias... Ella desea volver a las andadas y tomar algunas lecciones del señor Fabrice durante su residencia aquí... ¿Se puede contar con los buenos oficios de usted? Pierrepont reflexionó algunos segundos.

Eran las nueve y media y acababa de levantarse el telón para dar principio al segundo acto de Mademoiselle de la Seiglière, cuando la atención que Beatriz y la de Aymaret prestaban a la pieza, fue bruscamente interrumpida por la estruendosa entrada que efectuaban tres o cuatro personas en el palco opuesto al que ocupaban nuestras conocidas, quienes reconocieron en seguida a la baronesa de Grèbe, por su familia de La Treillade, escoltada de su fiel institutriz y seguida del marido y del marqués de Pierrepont.

Usted sabe muy bien que no soy rico añadió Pedro con cierta timidez. Para ella lo es usted... ¡pobre Beatriz!... y además... Aquí interrumpióse de súbito y preguntó a Pierrepont: ¿Qué dice de esto su tía de usted? No dice nada, porque nada sabe. La señora de Aymaret se incorporó bruscamente en su silla.

El primer impulso de Pierrepont fue ir a contar en caliente a la baronesa la instructiva conversación que acababa de sorprender, entre la que aquélla llamaba su joya predilecta y la digna institutriz de tal encanto; pero, después de haber reflexionado un poco, prefirió aplazar la modificación, reservándola como un argumento dilatorio para el día en que la señora de Montauron lo empujase de nuevo a resolverse en definitiva.

¡Querida vizcondesa! murmuró Pierrepont, conmovido por el sincero acento de aquélla.

La señora de Aymaret debía ponerse en camino con su marido y sus hijos el primero de mayo, que era un martes; fue la víspera a Bellevue con intento de despedirse de Beatriz, a quien halló profundamente triste, aunque resignada, sabiendo allí por boca de su misma amiga que Pierrepont había estado en la quinta aquella mañana y participado a Jacques sus proyectos de viaje.

Amada mía, eso de dejar de verse no son más que palabras cuando se vive en la misma esfera social... No... pura y simplemente he cambiado mi amor en amistad... De esta manera el corazón no lo pierde todo... Beatriz la miró de hito en hito. ¡Ese es Pierrepont! le dijo con voz muy baja.

Pierrepont relató brevemente lo que aconteciera en otros tiempos entre Beatriz y él, su recíproco amor, y cómo la señora de Montauron obligó por fuerza a la joven a rehusar la mano que él le ofrecía.

Pedro de Pierrepont procuró varias veces, aunque sin éxito, convencer a su tía de que se dejase retratar por su amigo, garantizándole su competencia e indiscutibles méritos, insinuándole que sería honroso para ella, y al mismo tiempo económico, ser una de las primeras en dar relieve a un artista llamado a alcanzar ruidosa reputación.

Las mujeres tienen en esos asuntos un don de doble vista sorprendente, y sobre todo con los pobres de espíritu a la manera de Jacques Fabrice; tal vez la causa verdadera de la negativa que Pierrepont había sufrido estribaba en ese amor que ella vislumbraba y que se sentía inclinada a compartir desde el momento que se le confesase.