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Actualizado: 11 de junio de 2025
Pierrepont era, según inapelable sentencia de su tía, el encargado de iniciar y moderar los venatorios ímpetus de aquellas jóvenes Dianas, dándole en sus funciones no escaso trabajo Mariana de La Treillade, quien, para la caza, como para otras muchas cosas, mostraba singularísimas disposiciones.
Cuando Pierrepont y Fabrice se aproximaron a la placa para fijar los cartones, advirtieron a Beatriz sentada en el campestre banco: Beatriz trabajaba en su tapicería. Los dos hombres cambiaron una mirada. Uno y otro sabían que la avenida de los arrayanes era para Beatriz un lugar favorito de paseo y de retiro.
Y aun se decía más: se decía que nuestro personaje había contraído en Inglaterra un vicio, no tan raro en aquel país como lo es en cualquier otro fuera de las islas. Al menos el vizconde de Aymaret, juez competente en estas materias, aseguraba a su mujer que ese diablo de Pierrepont trajo de por allá una afición un tanto desmedida al Jerez y al brandy.
Beatriz dio respuesta a su marido con un signo negativo de cabeza y en sus labios se dibujó indefinible sonrisa. Pocos días después de estos incidentes, ocupábase la crónica escandalosa de París de una ruptura entre el marqués de Pierrepont y la baronesa de Grèbe. Estos rumores eran fundados.
Me parece que me guardas consideración dijo el pintor. De ningún modo replicó Pedro. Al segundo pase Fabrice metió sus dos balas en el tercer círculo. Pierrepont, después de aquél hizo dos y dos. Jacques tenía diez puntos contra cinco. La tercera prueba le dio todavía una ventaja más considerable; con sus tres balas marcó doce puntos; tenía así veintidós contra cinco.
Eso es todo... Te estoy sumamente agradecido... ¿Quieres darme tu dirección en Inglaterra? Pierrepont se levantó, y escribiendo dos líneas en una de sus tarjetas, la entregó a Fabrice. ¡Ahí tienes! Batsford-Park, Moreton in Marsh, Woorcester... ¡Adiós! ¡Hasta la vista! ¿Te vas esta tarde? Esta tarde... sí... ¡Ea, hasta la vista! Diéronse la mano y se separaron.
Señor de Pierrepont exclamó la vizcondesa, oprimiendo el brazo del marqués ; por todo lo que más quiero y lo que más respeto; por todo cuanto hay de más sagrado, le juro... ¿me oye usted? le juro que Beatriz es inocente de lo que la acusa. ¡Sin duda, se lo ha dicho ella! murmuró Pierrepont sonriendo con amargura.
Tomó en sus manos la misiva; era aquella que Pierrepont le escribió antes de su partida: véanse aquí sus términos: «Antes de abandonar la Francia por mucho tiempo, aun para siempre si tú lo eliges, te relevo con la mayor sinceridad de la palabra que me has empeñado, rogándote en nombre de tu hija, suplicándote una y mil veces que conserves tu vida.
Entregó la esquela a Pierrepont, conviniendo con él en que al día siguiente se verían en una de las avenidas de los Grenets después de la entrevista con Beatriz.
Cuando Pierrepont hubo dado a Jacques su adiós postrero, levantóse ella, diciendo al marqués con voz conmovida, seca, vibrante: Le voy a acompañar.
Palabra del Dia
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