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Actualizado: 24 de junio de 2025
Su sueño fué de una sola pieza, lóbrego y completo, sin sobresaltos ni visiones. Cuando creía que sólo iban transcurridos unos minutos, despertó violentamente, lo mismo que si alguien le empujase. En la sombra se destacaba el vidrio redondo del tragaluz, tenuemente azul, velado por la humedad del rocío marítimo, lo mismo que una pupila lacrimosa. Estaba amaneciendo.
Los movimientos de la comunidad y educandas, para alzarse, sentarse o arrodillarse eran simultáneos, como si las empujase un mismo resorte. Al alzar y consumir escuchábase en la capilla un rumor extraño, como el de truenos lejanos, que me sorprendió en extremo, hasta que vine a comprender que era producido por el golpe de las manos sobre el lienzo almidonado de los chales.
No tiene vergüenza el que viene a visitarte. ¡Puf! ¿Pero desolláis aquí también las reses, o qué? Hay un hedor insufrible. Calderón ocupaba, al final del almacén, un rincón separado del resto por un biombo de tabla pintada con una puertecita de resorte. Pudo escuchar, pues, todas las palabras de su amigo antes que éste empujase la mampara.
Eran unos mil; los obreros de la ciudad, y los hombres-fieras, que habían ido a la reunión oliendo sangre y no podían retirarse, como si les empujase un instinto superior a su voluntad. Al lado de Juanón, entre los más animosos, marchaba el Maestrico, aquel muchacho que pasaba las noches en la gañanía, enseñándose a leer y escribir. Creo que vamos mal decía a su vigoroso compañero.
Además, al contemplarla tan hermosa, idealizada, transfigurada, casi me atreveré a decir, divinizada por el sufrimiento, sentía hervir mi sangre, latir mi corazón, abrasarse mi cabeza. Yo estaba loco. La misma fuerza de mi locura me contenía, impedía que yo lo olvidase todo, que empujase la débil puerta que me separaba de ella y que me arrojase en sus brazos. Yo blasfemaba.
El primer impulso de Pierrepont fue ir a contar en caliente a la baronesa la instructiva conversación que acababa de sorprender, entre la que aquélla llamaba su joya predilecta y la digna institutriz de tal encanto; pero, después de haber reflexionado un poco, prefirió aplazar la modificación, reservándola como un argumento dilatorio para el día en que la señora de Montauron lo empujase de nuevo a resolverse en definitiva.
Vaciló repetidas veces sobre sus pies, como si alguien le empujase dándole un golpe en el pecho para enderezarlo acto seguido con un nuevo golpe en la espalda. Un olor de ácidos se esparció en el ambiente, dificultando la respiración, haciendo subir á los ojos el escozor de las lágrimas. En cambio, los ruidos cesaron de molestarle: no existían para él.
Salió de la vida ayudado por todos los últimos sacramentos; no quedó clérigo en la ciudad que no empujase en alma camino del cielo, con nubes de incensario en los solemnes funerales, y aunque los pillos, los rebeldes a la influencia del hijo recordaban aquellos días de mercado en los cuales el rebaño de los huertos venía a dejarse esquilar en su despacho de rábula, toda la gente sensata que tenía que perder, lloró la muerte del hombre digno y laborioso que, salido de la nada, había sabido crearse una fortuna con su trabajo.
Palabra del Dia
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