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Se le nublaron los ojos, y apoyándose en un farol, dijo para : «Que me da, que me da». Era el ataque epiléptico, que se anunciaba; pero tanto pudo su excitación, que lo echó fuera, irguió la cabeza, se sostuvo firme... Pasó un momento. Nunca había sentido más energía, más resolución, más bríos. El ruido de las músicas le embriagaba. Vio pasar uno y otro coche.

Por fin, a eso de las cuatro fueron desfilando, teniendo la desposada que oír los plácemes empalagosos que le dirigían, confundidos con bromas de mal gusto, y contestar a todo como Dios le daba a entender. La tarde pasola Maxi muy mal; le dieron vómitos y se vio acometido de aquel hormigueo epiléptico que era lo que más le molestaba.

Yo no si el alarido de un epiléptico da a los demás la sensación de clamor bestial y fuera de toda humanidad que me produce a . Pero estoy seguro de que el aullido de un perro rabioso, que se obstina de noche alrededor de nuestra casa, provocará en todos la misma fúnebre angustia.

Ayer, al franquear un foso sobre el cual había apoyado su escopeta, se disparó ésta y el desgraciado Montbreuse recibió toda la carga en el pecho. Un criado y algunos campesinos lo trasladaron a la cabaña del epiléptico.

Y la mano hacía señas impacientes y furiosas, semejante a diestra de epiléptico que se agita en el aire: sus cinco dedos eran aspas incesantes en girar, y Lucía, desalentada, jadeante, iba a escape, y a cada plátano sucedía otro, y la casa lejos... lejos... «¡Necia de miexclamaba al fin; «ya que corriendo no llego nunca... volaréDicho y hecho: como se vuela tan aína en sueños, Lucía se empinaba y.... ¡pim! al aire de un brinco. ¡Oh placer! ¡oh gloria! el erial quedaba debajo; surcaba la región ambiente, pura, serena, azul, y ya la casa no estaba lejos, y ya se acababan los eternos plátanos, y ya distinguía el cuerpo dueño de la mano... era un cuerpo esbelto sin delgadez, dignamente rematado por una cabeza varonil y melancólica... pero que entonces se sonreía cariñosamente, con expansión infinita.... ¡Cómo volaba Lucía! ¡cómo respiraba a placer en la atmósfera serena! ánimo, poco falta.... Lucía escuchaba el batir de sus propias alas, porque tenía alas; y el regalado frescor de las plumas le refrigeraba el corazón.... Ya estaba cerca de la ventana....

Guardiana era huérfana; su padre y madre murieron del pecho, con diferencia de días, quedando a cargo de una muchacha de dos lustros de edad, cuatro hermanitos, todos marcados con la mano de hierro de la enfermedad hereditaria: epiléptico el uno, escrofulosos y raquíticos dos, y la última, niña de tres años, sordo-muda.

La melancolía, que tanto le atormentaba, se fue templando, serenose su espíritu, fue adquiriendo más firmeza en el trato de la gente y más seguridad de mismo, y ciertos accesos de humor negro, de rabia y desesperación que sin causa alguna le acometían de raro en raro y le hacían aparecer ante los criados como un epiléptico, desaparecieron por completo.

Cesaron las convulsiones, pero vino como compensación fatal, como equivalente psíquico la creación genial. O lo que es igual, Valleumbroso ya no es un convulsivo, pero sigue siendo un epiléptico en el momento que siente el estro creador.

Ocupaba la imprenta destinada a romances y aleluyas la peor y más lóbrega parte. Todo allí era viejo, primitivo y mohoso. La máquina, sonando como una desgranadora de maíz, tenía quejidos de herido y convulsiones de epiléptico.

Otro día, en el camerino de una cupletista, pedía a gritos con rotos gritos de epiléptico una jofaina de agua perfumada, porque quería morir abriéndome una vena. Esta dulce muerte romana la acababa de aprender en ¿Quovadis?, película de gran metraje que se estaba proyectando en un teatro.