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Actualizado: 13 de julio de 2025
No es bueno hacer mofa, señor, ¡que si fuera algún ánima ensabanada! ¡Yo tiemblo! Pablillos se retiró, y Ramiro salió a la galería. La piedra, el ambiente, la tierra herbosa del patio, todo se refrigeraba en la clara noche de luna. Ramiro se apoyó en el antepecho y levantó las pupilas. Grandes nubes iluminadas viajaban en el augusto silencio.
Y la mano hacía señas impacientes y furiosas, semejante a diestra de epiléptico que se agita en el aire: sus cinco dedos eran aspas incesantes en girar, y Lucía, desalentada, jadeante, iba a escape, y a cada plátano sucedía otro, y la casa lejos... lejos... «¡Necia de mi!» exclamaba al fin; «ya que corriendo no llego nunca... volaré.» Dicho y hecho: como se vuela tan aína en sueños, Lucía se empinaba y.... ¡pim! al aire de un brinco. ¡Oh placer! ¡oh gloria! el erial quedaba debajo; surcaba la región ambiente, pura, serena, azul, y ya la casa no estaba lejos, y ya se acababan los eternos plátanos, y ya distinguía el cuerpo dueño de la mano... era un cuerpo esbelto sin delgadez, dignamente rematado por una cabeza varonil y melancólica... pero que entonces se sonreía cariñosamente, con expansión infinita.... ¡Cómo volaba Lucía! ¡cómo respiraba a placer en la atmósfera serena! ánimo, poco falta.... Lucía escuchaba el batir de sus propias alas, porque tenía alas; y el regalado frescor de las plumas le refrigeraba el corazón.... Ya estaba cerca de la ventana....
Pero Lituca, de rodillas y rezando, como su madre, volvía rápida a clavar la vista en el crucifijo, como el sediento caminante los labios en el caño de una fuente, y así refrigeraba y fortalecía su espíritu en cada desfallecimiento que le causaba aquel incesante batallar de la muerte para acabar con una vida que también había sido risueña y juvenil como la suya.
Palabra del Dia
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