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Actualizado: 21 de octubre de 2025
Rafael callaba, caminando como un autómata, irritado por aquella charla que le traía a la memoria todas las obligaciones molestas de su vida. Sentía el enojo del que se ve despertado por un criado torpe en mitad de un dulce ensueño.
Pero ésta, adivinando que aquellos amoríos no interesaban ya su corazón inconstante, quedó sosegada y tardó poco en recuperar su buen humor habitual. Flora quería ir á lavar al río. Así lo había convenido con Demetria para juntarse las dos y pasar algunas horas de charla. Sin manifestar lo último á D.ª Robustiana, le propuso lo primero.
¿Pues cómo se entiende, bellaco, que apenas llegados á ella oigamos ya la charla de esos condenados ingleses? ¿Qué peores ni más dañinas sabandijas para un buen caballero francés? ¡Que se larguen pronto, maese, y de lo contrario, tanto peor para ellos y para vos!
Yo no sé lo que tiene la pobreza, que á todos huele mal. ¿No es verdad? ¿eh? ¿eh? La charla del clérigo había conseguido marear á nuestro joven, poniéndole en completo desorden las ideas. La impaciencia que le devoraba desde el comienzo de la escena, le había ido subiendo la sangre á la cabeza y bullía dentro de ella haciéndole pensar en cosas extrañas bien lejanas del asunto que debía ocuparle.
¡Bicoca!... ¡Oh!, señor marino, ¿y quién le dice a usted que yo sería tan torpe que moviera ese buque por medio del viento? Usted no me conoce. Si supiera usted que tengo aquí una idea... Pero no quiero explicársela a ustedes, porque no me entenderían». Al llegar a este punto de su charla, D. José María dio tal tumbo que se quedó en cuatro pies. Pero ni por esas cerró el pico.
Le hago falta a mi buen doctor dijo Maltrana . Se está aburriendo con la charla de las señoras... Yo también siento la falta del magnífico cigarro que seguramente me guarda... ¿Usted sale a la cubierta, Ojeda?... Voy en busca del tributo. Al aproximarse al doctor, éste pareció despertar, al mismo tiempo que rebuscaba en los bolsillos de su smoking.
Entonces fue cuando el Tarumbo se incorporó del todo, aunque algo encorvado de riñones todavía y bastante esparrancado, y se encaró conmigo. Su charla había durado tanto como su labor, y yo no había hecho más que mirarle y oírle.
Cuando te siento reír, parece que respiro un ambiente fresco y perfumado, y todos mis sentidos antiguos se ponen a reproducirme tu persona de distintos modos. El recuerdo de tu imagen subsiste en mí de tal manera que vendado te estoy viendo lo mismo. ¿Vuelve la charla?... Que llamo a D. Teodoro dijo la señorita jovialmente. No... estate quieta.
La charla gozosa del viejo le parecía insufrible en aquel momento. Pero por más que hacía no lograba despegarse. Al fin tuvo que decir con acento malhumorado: Vaya, déjeme usted, señor Rafael, que tengo prisa. El viejo le miró á la cara sorprendido y, observando su palidez, soltó la carcajada.
Pero en aquel mismo instante vió ésta al viejo Rogerio de pie en el ángulo más remoto de la plaza del mercado, sonriéndole; sonrisa que, al través de aquel vasto espacio de terreno, y en medio de tanta charla, alegría, bullicio y animación, y de tanta diversidad de intereses y de sentimientos, encerraba una significación secreta y terrible.
Palabra del Dia
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