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Actualizado: 21 de octubre de 2025


Metido a todas horas en la casa, su auxilio era de gran valía para Gallardo. El solo bastábase para aplacar a las mujeres, aturdiéndolas con su charla continua. El torero no le regateaba su gratitud. Había dejado la tienda de talabartero porque los negocios iban mal, y aguardaba un empleo de su cuñado.

No se dejó en el tintero ninguna de las partes de la fiesta, y en toda su charla macarrónica se veía claramente la idea de representar en el pobre toro aburrido y pinchado por todas partes al partido cristino, de quien daban cuenta al fin, rematándolo, los apostólicos, representados en el simbólico circo por espadas, picadores y puntilleros.

Era tan fuerte el ansia de charla y de trato social, se lo pedía el cuerpo y el alma con tal vehemencia, que si no iban habladores a la tienda no podía resistir la comezón del vicio, echaba la llave, se la metía en el bolsillo y se iba a otra tienda en busca de aquel licor palabrero con que se embriagaba.

Hará usted mal de juzgar por el carácter de la excepción el carácter de la masa me respondió la de Ribert. ¿Cree usted de buena fe que las solteronas tienen el monopolio de la maldad en la charla, y que sólo una de ellas puede presentar el carácter de la Bonnetable?... No respondí convencida por el razonamiento. Tiene usted razón.

La mayoría de las mujeres vestían sus más elegantes toilettes con pieles, porque soplaba un viento frío venido del Arno; la esencia de las flores vagaba en el ambiente, y las risas e incesante charla resonaban por todos lados, porque la antigua ciudad de rojas azoteas estaba llena de alegría.

La charla viva, irónica, chispeante de Núñez empezó a causar secreta alegría a la gentil señora de Reynoso; su rostro serio comenzó a iluminarse y no tardó su linda boca en estallar en carcajadas ruidosas celebrando los donaires casi siempre maliciosos del pintor.

Me voy corriendo, aunque me caiga. Con esto desapareció. ¡Jesús! dijo la marquesa . Rafael me marea; parece hecho de rabos de lagartijas. Se mueve tanto, gesticula tanto, charla tan sin cesar y tan deprisa, que me quedo en ayunas de la mitad de las cosas que dice. Poco pierdes dijo el general.

Sin embargo, como no hay nada más voluble que una cabeza de diez y seis años, al siguiente día volviome la experanza, y clasifiqué la charla de aquellas dos señoras de murmuraciones sin alcance. Resolví observar cuidadosamente al señor de Couprat y me hallé en tal disposición de espíritu, que con el menor indicio hubiera dado cuerpo a las más fugitivas impresiones.

Sus ojuelos sagaces, lacrimosos, gatunos, irradiaban la desconfianza y la malicia. Su nariz estaba reducida a una bolita roja, que bajaba y subía al mover de labios y lengua en su charla vertiginosa.

El poeta malo se entretiene en colocar uno sobre otro sus endecasílabos, como los ladrillos en una construcción. Luego entrega las cuartillas a una niña rubia que aguardaba para llevarlas a un periódico. El hijastro de Apolo charla después conmigo de literatura. Me lee una oda Al Sol, un soneto A una ingrata y una elegía A la muerte de la virgen de sus amores primeros. ¡Hace ya tantos años!

Palabra del Dia

casifia

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