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Actualizado: 21 de julio de 2025


Al mutismo obstinado en que yacía sucedió una locuacidad extrema, una charla animada, insustancial, entreverada de carcajadas extrañas en que se placía, desahogando la emoción que la embargaba, estirando sus nervios encogidos.

Por algo sus hermanos, cuando reñían con ella, la apellidaban «cardo» y «puerco-espínAndrés, que la iba entendiendo, no insistió, y mudando de conversación, procuró hacerla reír recordando las simplezas del criado o algún dicho malicioso de Rafael. La charla entonces se animó.

Cenamos y nos dieron las tres de la mañana. En todo el club no se hablaba de otra cosa que de la boda, y, como era natural, la crítica se recreaba en morder el argumento por todas sus faces. ¿Vienes a casa? me dijo don Benito; tu cuarto está pronto. Acepté. A las cuatro de la mañana entrábamos en la casa de mi viejo amigo. Charlamos largo rato y en medio de la charla de don Benito, me adormecí.

Andrés, la mayor parte del tiempo, no atendía al argumento del discurso por contemplar más a su placer el juego expresivo y gracioso de su fisonomía, sus ojos brillantes, su boca virginal, los movimientos vivos, resueltos, de su cuerpo, mórbido y exuberante de vida. Pero esta charla interminable de una parte y esta contemplación extática de la otra, cesaron súbitamente.

El cura charla que charla, y la dueña devana que devana, parecía que de los labios de aquel salía la palabra, como de la madeja de sus manos el hilo, y que Doña Hermenegilda iba envolviendo el interminable discurso, haciendo de él un corpulento ovillo, que bien podría pasar por abultado libro.

Mientras tanto, las niñas de Pajares, las de López el famoso bolsista y otras amiguitas posesionábanse de los balcones, convirtiéndolos en pajareras con su charla graciosa y sus ruidosas risas. La plaza era un mar multicolor de cabezas.

Siempre sucedía lo mismo, cuando faltaba el niño; era él el alma, la luz, el calor y la alegría de la casa, y sabía con su picante charla entretener a los viejos, que babeaban, escuchándole; ¡qué de cosas refería, qué ideas las suyas y qué pico de oro aquél!

¿Mantilla para guiar? ¡Estás aviada, hija! Bueno, pues de sombrero. El caso es que estaría de mistó: no como esa desorejada de la Felipa que ya no tiene carne para hartar a un gato.... La doncella, mientras le recogía el pelo, charlaba por los codos. El fondo de su charla era constantemente adulador. Amparo escuchaba con cierta complacencia.

El tresillo. Un trance amargo. El volumen. Diego Fallon. Su charla. El verso fácil. Clair de lune. El canto "a la luna". D. José M. Marroquín. Carrasquilla. José M. Samper. Los mosaicos. Miguel A. Caro. Su traducción de Virgilio. El pasado. Rufino Cuervo. Su diccionario. Resumen. He dicho ya que el desenvolvimiento intelectual de la sociedad bogotana es de una superioridad incontestable.

Mientras charla contra su costumbre, ha abierto la caja y está poniendo en orden las cartas preparadas. ¡Calla! Hay todavía un telegrama. Voy a llamar al muchacho. Liette extiende vivamente la mano y dice: Es inútil; este telegrama es para . Liette está sola. Ha faltado al deber profesional, al juramento, al honor y a la disciplina... ¡Es culpable, muy culpable!

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