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En su boca descolorida acentuábase una sonrisa de infinita ternura, como si dijera a sus dos creaciones más ilustres: ¡Bien sabía que habíais de venir vosotros, hijos míos, a socorrerme en la hora de la muerte! «Catalina de Aragón», así como suena, nada menos que «Catalina de Aragón» se firmaba y se hacía llamar Felipa Danou, francesa de Montmatre.

Con su poderoso brazo ganó en buena lid la diadema de oro ofrecida como trofeo por la reina Felipa, augusta madre de Vuestra Alteza, en las grandes justas con que se celebró en Inglaterra la toma de Calais. En el castillo de Monteagudo, donde reside, tiene un tesoro en premios y trofeos. Ojalá vaya á reunirse con ellos la copa de este torneo, dijo el príncipe en voz baja.

Recordará el lector que Gualtero y Roger se habían quedado en la antecámara, donde no tardó en rodearlos animado grupo de jóvenes caballeros ingleses, deseosos de obtener noticias recientes de su país. Las preguntas menudearon: ¿Sigue nuestro amado soberano en Windsor? ¿Qué nos decís de la buena reina Felipa? ¿Y qué de la bella Alicia Perla, la otra reina?

El talento de nuestra amiga Felipa no es cloruro potásico, sino ácido fosfórico. ¿Volvemos a las andadas? exclamó irritada. El hombre de ciencia debe rectificar con nobleza todos los errores. no eres hombre de ciencia, sino de tejidos de algodón y de hilo y géneros de punto.

La Felipa, la Socorro y la Nati, cortesanas famosas en la capital, que fueron queridas de muchos personajes, ministros, banqueros y grandes de España, lo habían sido antes de él. El fué quien, por medio de sus celestinas, las había sacado de la calle de la Paloma, del barrio de Triana en Sevilla o del Perchel, de Málaga, y había gozado de sus primicias.

El duque se levantó para cumplir el mandato. A los pocos instantes se presentó Petra a vestirla. Mientras lo llevaba a cabo, ama y doncella cambiaron algunas impresiones con excesiva familiaridad, mientras el banquero seguía con fijeza entre atento y distraído, los movimientos de la faena. Señorita, ¿ha visto usted ayer a la Felipa guiando dos jaquitas que parecían ratones?

¿Mantilla para guiar? ¡Estás aviada, hija! Bueno, pues de sombrero. El caso es que estaría de mistó: no como esa desorejada de la Felipa que ya no tiene carne para hartar a un gato.... La doncella, mientras le recogía el pelo, charlaba por los codos. El fondo de su charla era constantemente adulador. Amparo escuchaba con cierta complacencia.